¡No seré tu sumisa!
¡No seré tu sumisa!
Por: Naulis machado
Un empleado nuevo

Pov Fernando.

Miro la hora en el reloj de pared y tomo la copa de vino tinto que tengo en mi mano. Este sentimiento de soledad después de una dosis tan fuerte de sexo no se me quita con nada.

Aspiro el aroma del despacho de mi departamento, para luego limpiar una lágrima en mi mejilla, que quiere salir.

—¿Vas a dormir conmigo hoy? —pregunta Reana fuera del despacho.

Siempre que la follo son esas sus preguntas, pero mi respuesta es la misma.

—No me gusta dormir con mujeres, Reana —le digo con cariño—. Trato de estar alejadas de ellas —bromeo y ella suspira resignada.

No soy tan malo como creen, soy dulce fuera de mi cuarto de juegos, o eso intento ser.

La veo irse y vuelvo a tomar hasta cansarme.

Cuando abro los ojos, el sol que entra por mi ventana me indica la hora.

—¡Joder! ¡Andrea, me espera hoy en la casa de modas de Amber! —exclamo levantándome de pronto.

Salgo presuroso a la sala de estar, y la figura de Demetrio Laureti está sentado en mi sofá con una taza de café.

El miedo me invade por completo, preso del temor que me genera saber que ha descubierto mi más oscuro secreto.

—Padre, ¿Cuándo llegaste? —le pregunto nervioso.

—Siéntate —me ordena y lo hago. Mis padres son las únicas personas creadas en el mundo que pueden matarme y a los que yo no le diré ni una sola palabra, la razón: los respeto demasiado.

—Yo, lo siento…

—Estoy decepcionado de ti, Fernando, vas a cumplir veinticinco años y sigues viviendo tu vida como si nada en el mundo, importara más que las mujeres —intento protestar, pero sus ojos fríos me indican que no debo hacerlo—. Te quiero en Francia, te daré la empresa que está ahí para que la manejes, y trabajes de la mano de la gerente encargada.

Bajo la cabeza, molesto y a la vez contento, porque sería la primera vez que mi padre me dé una empresa. Estoy cansado de ser un títere. Soy el único de los trillizos al que no le dan una empresa para gerenciar al cien por ciento.

—No, es mejor que yo trabaje como jefe, y esa mujer esté a mi cargo —le digo molesto— ¿Cuándo me vas a tomar en cuenta para los negocios familiares? —digo esto con un nudo en la garganta, que me ahoga, pero que por fin logra sacar.

—Cuando me demuestres que no eres un puto promiscuo, que solo estás dispuesto a llevarte a cualquier mujer a la cama —dice mi padre molesto.

Suspiro resignado, porque extrañamente sé que tiene la razón, estoy cansado de esta m****a, aunque, no sé cómo salirme de esto.

Fernando bajó del avión privado y dirigió sus pasos a la empresa que se le había asignado. Sus cabellos claros se movían al compás de la brisa, y sus ojos azules miraban todo como curiosidad.

Cualquiera que lo mirara podía deducir que era un adonis de la maldad, sus rasgos duros y perfeccionados, o simplemente por el apellido que adornaba sus nombres, lo predominaba.

Entró al edificio, y comenzó a leer las indicaciones que le había dejado Filibert, la mano derecha de su padre.

—Reunión de personal —leyó la hora en el formulario— ¡Joder! Es tarde, voy retrasado —exclamó subiendo el ascensor, debajo de las miradas de las personas que querían saber quién era el hombre que parecía un puto dios griego.

Entró rápidamente a la sala de juntas y se sentó enseguida en la cabecera de la mesa sin dejar de ver los archivos, hasta que una voz femenina llamó su atención.

—¿Usted es personal nuevo de la empresa? —Fernando subió la mirada.

Una mujer hermosa, que enseguida prendió su cuerpo, le habló con altivez.

—Sí, ¿algún problema? —preguntó él con una sonrisa que podía mover medio mundo.

—No voy a tolerar que llegue tarde a su primer día de trabajo, ¿me oye? —se acercó a él.

Fernando pudo ver los ojos grises de la mujer mirarlo con intensidad, sus labios rosas fruncidos y su semblante penetrante.

—No tengo por qué darte explicaciones —sonrió en carcajadas.

—¿Acaso usted cree que yo soy una payasa para que se ría en mi cara? —preguntó ella posando su cuerpo cerca de Fernando.

Fernando miró los pechos de la mujer que sobresalía de la camisa. Eran redondos y lo incitaban a tocarlos.

—No, es solo que me parece tan chistoso que una mujer tan hermosa sea tan amargada.

—Mire señor, no le permito que me falte el respeto, está usted suspendido de sus labores, soy la gerente de esta empresa y no voy a permitir.

—¿Usted es quién? —preguntó Fernando en un tono burlesco.

—Soy la gerente de esta…

Fernando miró al personal que estaban tiesos como estatuas y sonrió con ironía.

—Mucho gusto, mi nombre es Fernando Laureti y soy el dueño de esta empresa.

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