¡Mi esposo no era impotente!
¡Mi esposo no era impotente!
Por: Mar Urbano
DOBLE VIDA

¡Toc Toc Toc!

Lara manoteó el teléfono en la mesita de luz.

Eran las cuatro de la madrugada. Frunció el ceño y se giró, tirando el teléfono al otro lado de la cama.

¡Toc Toc Toc!

- ¿Quién golpea a esta hora? - murmuró contra la almohada.

¡Ring Ring!

Lara se incorporó fastidiada.

Entre los niños y la interconsulta de un viejo colega de la época en que trabajaba en el hospital de su pueblo, no había dormido ni media hora.

Caminando de puntitas, se apresuró hacia la puerta y checó por la mirilla.

Las luces azules que se proyectaban en las cortinas de la sala confirmaban que el hombre del otro lado era un policía.

- ¿Señora Lara Guzmán? – le preguntó con una expresión severa en cuanto abrió la puerta.

- Sí – respondió Lara, preocupada

Una ráfaga helada se coló hasta ella y Lara se ajustó la bata.

- ¿Es usted familiar de Víctor Albares?

- Sí, soy su esposa – respondió, ansiosa.

El policía la miró en silencio durante un largo minuto.

- ¿Sucede algo? – preguntó ella, impaciente

- Señora… sucedió algo con su esposo – le dijo.

Lara tuvo una sensación extraña.

Ella pasaba cinco de los siete días de la semana sola con los niños, Víctor viajaba por trabajo de lunes a viernes, por eso, después de llegar a la capital para tener a los mellizos, habían elegido vivir en esa zona de la ciudad, donde nunca pasaba nada.

Esa era la primera vez que veía un policía tan de cerca… y a esa hora. No sabía muy bien cómo reaccionar.

- ¿Qué… qué pasó? – preguntó confundida.

- Lo siento mucho – el hombre pronunció palabra por palabra con lentitud - Su esposo ha tenido un accidente y necesitamos que nos acompañe al hospital.

Hubo una pausa para que Lara procesara lo que escuchó.

“Su esposo…” “…accidente”.

Fue como si le hubieran echado un balde de agua fría encima. Lara se despabiló por completo.

- ¿Cómo está él? ¿Qué pasó? – preguntó, con el corazón golpeando contra su pecho como un martillo.

- Fue un accidente de coche, él no sobrevivió.

Sin saber cómo, Lara se cambió, abrigó a los niños y subió al móvil policial, con la mirada desorbitada y la conciencia ausente, en shock.

Hay cosas para las que una nunca está preparada, como correr en medio de la noche con dos niños en brazos hasta un hospital para reconocer un cadáver…

- ¡Tú eres la culpable de todo esto! – le gritó una mujer de cabello rubio y ondulado, señalándola con el dedo

- Lo siento, yo… creo que me confunde – miró al policía que la escoltaba - ¿Dónde está mi esposo?

- ¡¿Tu esposo?! ¡Qué descarada! – la mujer levantó una mano para tirar del cabello de Lara - ¡Víctor es mi prometido!

- ¿Qué…? – ella se tambaleó cuando el policía las separó.

Estaba tan aturdida que ni siquiera sintió dolor.

- Eres Lara Guzmán ¿No? – escupió la mujer, con una mueca de asco - Víctor me contó que no querías firmar los papeles del divorcio.

- ¿Qué…? – Lara no podía creer lo que estaba escuchando.

Todo su mundo se estaba cayendo a pedazos y esa mujer, con la que nunca había hablado, la molestaba con cosas sin sentido.

Por primera vez en su vida, Lara quiso agarrar a alguien de los pelos.

- ¿Papá? - Pedro tenía dos años y reconocía el nombre de su padre

Lara se meció para tranquilizarlo.

- ¡¿Qué es esto?! – la rubia miró horrorizada a los niños.

Cargando un niño en cada costado de su cadera, Lara se giró intentando ocultar los rostros de sus hijos.

La mujer se llevó ambas manos a la boca.

El parecido de los niños con Víctor era innegable: el mismo cabello castaño y sus ojos almendrados.

- Él lo negaba, pero… - murmuró la mujer – yo sabía que había algo más entre ustedes o él te habría dejado cuándo le dije que estaba embarazada.

- ¿Qué…?

- ¡Lo extorsionabas con los niños! – la rubia estallaba de ira - ¡Como tus padres te desheredaron, te aferraste a Víctor como una garrapata con esos dos bastardos!

Lara no necesitaba hacer demasiados cálculos para entender lo qué pasaba allí, aunque no quisiera admitirlo: su esposo le era infiel con esa mujer.

Pero ¿Cómo sabía de su familia?

Si bien los Guzmán eran una familia adinerada, no eran más que peces gordos en la pequeña comunidad de un pueblito del interior de Córdoba.

Se esforzó por recordar los rostros de aquel pueblo del que sus padres la habían echado al quedar embarazada de Víctor.

Sí, era del mismo pueblo que ella.

Vivía justo al lado de la casa de sus suegros.

Guadalupe Constantino.

Lara pegó la lengua al paladar para contener las lágrimas y cuando sintió que ya podía hablar, levantó el mentón ligeramente hacia la mujer, pero pasó de ella.

- ¿Dónde está mi esposo? – preguntó de nuevo, esta vez al enfermero.

Tenía los ojos rojos y el suelo se le hacía de goma, pero abrazaba con fuerza a sus pequeños, juntando coraje.

- Víctor… mi Víctor… falleció – Guadalupe rompió en llanto.

- ¡Quiero ver a mi esposo! – gritó Lara.

Los mellizos se removían en sus brazos.

El policía se acercó al enfermero y le susurró algo en el oído.

Lara se sintió estúpida.

Todo ese tiempo, ella había sido un chiste para esa mujer y Víctor… y sin saberlo, llorando aterrada, salió corriendo para toparse con todo aquello.

- Pase, Señora – le indicaron.

El policía llevó a los niños al cuarto contiguo y Lara se paró delante de la camilla en la que su esposo reposaba.

Hacía frío.

- ¿Qué fue lo que pasó? – preguntó, más allá del llanto; en ese punto en el que el cuerpo se siente flojo y los párpados pesados.

No podía creer lo que veía.

Su vida en la casa de la familia Guzmán fue un infierno, pero cuando se casó con él creyó que todo mejoraría… Y durante años, él alimentó esa fantasía mientras la engañaba.

- Conducían por la ruta catorce cuando el auto se salió de control y chocó contra un poste.

Era la única ruta que conectaba la ciudad con su pueblo natal.

Su interior era una mezcla de emociones que se confrontaban y peleaban para ver cuál ganaba: la angustia y el dolor desgarrante de la pérdida tan repentina, la decepción y la rabia por su infidelidad y una extrema sensación de soledad y desamparo.

Pero lo peor era la impotencia. ¿Qué podía hacer con todo aquello que sentía? ¿Qué podía reclamarle a un muerto?

- Creí que tenía todo – dijo con un hilo de voz - Un buen esposo, dos hijos sanos y un hogar lleno de amor.

El enfermero la miraba en silencio, sabía que no le hablaba a él sino al difunto.

- ¿Cómo no me di cuenta antes? – los hombros de Lara se sacudían.

Tantos viajes, el dinero que escaseaba y la actitud distante que él tenía desde que se casaron…

Siempre hubo alguien más.

Mientras ella criaba a sus hijos sola y lo esperaba cada cinco días para cocinarle y lavar su ropa… él volvía al pueblo y se paseaba por aquellas calles de la mano de otra mujer, incluso delante de la familia Guzmán.

No quería ni imaginar la manera en que sus propios padres se reían de ella.

- ¿Hay alguien a quien podamos llamar para que la acompañe con los niños? – le preguntó el enfermero.

- Renuncié a mi trabajo y dejé mi pueblo para seguirlo aquí cuando supe que estaba embarazada… No tengo a nadie.

Lara deseaba que todo fuera solo una pesadilla.

Miró el anillo en el dedo anular de su difunto esposo.

- Ese no es su anillo - afirmó.

- Es el anillo que él llevaba al momento del accidente - le explicó el enfermero.

Cierto… estaba comprometido con esa mujer.

Víctor tenía una doble vida. 

- Señora… la mujer fuera… inició los trámites para cremar el cuerpo – le dijo el enfermero.

Esa fue la gota que rebalsó el vaso para Lara.

Empujando con furia la puerta, caminó derecho hacia la rubia.

- ¡¿Incinerarlo?! – preguntó Lara a la mujer, que debía tener al menos tres o cuatro años más que ella

Algo en el llanto de la rubia irritaba aún más a Lara.

- Quiero conservar las cenizas de mi amado junto a mí.

- No voy a permitir que les quites el padre a mis hijos- le dijo, llena de ira.

- ¡Yo perdí a mi hijo! – Se tocaba la parte baja de su abdomen - ¡Yo estaba embarazada! ¡Acabo de perder a mi bebé!

Por un momento, Lara se atragantó.

- Entonces estamos a mano… ambas perdimos algo.

Llenando sus pulmones de aire, buscó a los mellizos. Tenía que explicarles que era hora de despedirse, como si con dos años pudieran comprenderlo.

No podía quedarse sentada llorando, Víctor no volvería a la vida y debía pagar el sepelio.

Aquella noche, Lara entendió que la vida era eso: arena movediza bajo sus pies, realidades falsas e incertidumbre.

Por otro lado, mientras veía a Lara alejarse sin voltear a verla, Guadalupe enterraba las uñas en sus palmas.

La miraba con odio.

“Por tu culpa, Víctor jamás pudo estar conmigo… y mi familia me miró como si fuera una vergüenza cuando se enteraron de que yo era una amante… ni siquiera me sirvió que creyeran que tendríamos un hijo… pero si yo no conseguí lo que quería, tú menos Lara… te juro que la vergüenza en la que viví todo este tiempo, me la vas a pagar”

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