138. Un sólo dolor

No trajo nada más que el periódico y su tristeza. Y retrocediendo entonces toma su bufanda.

—No puedes creer que te abandoné.

—Lo hiciste —Maya termina por ponerse la bufanda y tomar el último aliento—. Lo hiciste y no lo quieres asumir.

—Nunca me dijiste que ibas a entrar en algo como eso —Maximiliano la observa con fijeza. Sus ojos también están a punto de quebrarse—. ¿Cómo pudiste no hacerlo?

—Max…

—Claro que tuve que ser yo la persona a tu lado —suelta, desdichado—. No me dejaste serlo.

Maya se oculta parte de su rostro y asiente, ya no puede más con todo esto.

—Bien, como prefieras.

Es lo último que oye decir para cuando la mujer que ya se había convertido en sus sueños desaparece.

—Espero que ese niño esté muy orgulloso del padre que tendrá.

Maximiliano arroja la botella hacia un rincón al que no presta atención y se voltea para mirar el horizonte de Nueva York.

Su mandíbula se tensa.

Su dolor lo está aniquilando. Su dolor lo hunde más en el desesper
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