—Daniel, ¿dónde está Diego? —preguntó Marina suavemente mientras probaba el almuerzo que él le había traído.
Estaba enferma, y por lo que conocía de Diego, él nunca habría salido por la mañana y luego no habría vuelto sin decir ni una sola palabra. Algo pues debía haber pasado, y de eso estaba segura.
Daniel se pasó una mano por la frente, claramente preocupado, sin saber cómo decirlo. Si le contaba la verdad, que ella estaba mal y el jefe no estaba en ese lugar, la situación se complicaría aún más.
Marina no insistió en que le respondiera de inmediato. Se vió obligada a seguir comiendo hasta sentirse algo mejor, y solo entonces dejó el tenedor. Primero tenía que recuperar fuerzas.
Daniel de inmediato recogió los platos.
Marina levantó la mirada y, al ver la preocupación en su rostro, le dijo:
—Dime, no te preocupes.
Daniel, muy serio, le sirvió un vaso de agua. Después de unos segundos de silencio, explicó:
—El jefe está en la comisaría, tiene que quedarse en ese lugar por un buen rat