—¿Tú… me estás echando? —exclamó Alphonse, con los ojos abiertos por la incredulidad y la voz temblando entre ira y sorpresa.
Donovan se mantuvo erguido, la figura firme y compuesta, con sus verdes ojos clavados en su sobrino. No había gritos en su voz, solo la calma de quien había tomado una decisión difícil y pensada.
—Sí —dijo el CEO Ainsworth con voz grave—. Ese es el trato: rechazas cualquier vínculo con la familia Ainsworth. A cambio, recibirás una compensación económica considerable, no serás acusado por tus crímenes, y te permitiremos rehacer tu vida en Estados Unidos, en la sede de Nueva York. Tendrás libertad supervisada, un empleo digno y la posibilidad de empezar de nuevo lejos de aquí.
La sala quedó en silencio. Un silencio tenso, las miradas clavadas en Alphonse.
Alphonse sujetó los documentos con sus manos esposadas. Los apretó hasta arrugarlos sin romperlos, sus ojos estaban llenos de rabia, y entonces… su voz explotó:
—¡ESTÁS LOCO! ¡ERES UN MALDITO! ¡NO VAN