El sonido de la lluvia se había vuelto lejano. Las velas aromáticas titilaban, arrojando reflejos dorados sobre las sábanas.

Rosalind deslizó el frasco de aceite tibio entre sus manos, con ese leve brillo en sus dedos. Donovan estaba de espaldas, apoyado sobre los antebrazos. El tono de su piel contrastaba con la seda blanca de la cama.

Ella se acercó despacio, el corazón desbocado. Tragó saliva, mientras estaba de rodillas en la cama, viendo a su esposo.

"¡Ah, Dios… Se ve tan atractivo hasta de espaldas…! ¡No me puedo creer que este hombre sea todo mío!"

Pensó la rubia, con un leve rubor en sus mejillas.

Sus manos se posaron sobre la espalda de él, y el primer contacto fue casi una caricia de aire. Luego, con lentitud, el aceite se extendió. La presión fue aumentando; los movimientos se volvían más seguros, más firmes.

Donovan exhaló, bajo y profundo, como si soltara todo el peso del día.

—Eres… realmente buena… —murmuró él, con la voz grave y ronca por el cansanci