8. Ilusión
Odette
—Mi arete.
—¿Qué? No sé de que hablas ¿cuál arete? —mueve su rostro para ver.
—Tendré que subir nuevamente, es un regalo de mi madre, se ha de haber quedado en su —los colores se me suben al rostro y bajo la mirada.
—¿Dónde? —cuestiona confundido.
—En su... Cama —digo lo último a penas audible.
Su índice toca mi barbilla y levanta mi rostro para vernos, un brillo extraño cruza sus ojos, mientras mi centro se contrae un poco ansioso.
—Lo recordaste —dice ¿esperanzado?
Doy un paso largo atrás, marcando la distancia; este hombre lleva todo el día comportándose raro, frunzo el ceño y sacudo mi cabeza.
—Obvio, me la pasé todo el día durmiendo allí ¡dah! —abro los ojos como plato, al percatarme de la insolencia que acabo de cometer —discúlpeme señor, fui imprudente. Disculpe una vez más, tengo que regresar.
Sin esperar a que me responda, salgo del ascensor, corro escaleras arriba, más en el tercer piso ya llevo medio pulmón de fuera.
Debí hacerle caso a papá cuando