El eco de los pasos de Alexandre aún resonaba en el pasillo cuando Valeria cerró la puerta con un golpe seco. Durante un momento, el apartamento quedó en un silencio sepulcral, roto solo por la respiración agitada de ambas mujeres.
Mónica seguía sentada en la silla, con la mirada perdida en el suelo. Sus manos temblaban, aún aferradas al bolso como si fuera un salvavidas. Alzó los ojos hacia Valeria, y en ellos no había reproche inmediato, sino una mezcla de sorpresa, miedo y una duda dolorosa.
—Valeria… —dijo apenas en un murmullo—. ¿Es verdad lo que dijo? ¿Ese hombre es el padre de tu hijo?
El rostro de Valeria se contrajo. Sintió que su garganta se cerraba, como si las palabras se resistieran a salir. Pero ya no había espacio para ocultar nada. No después de lo que había pasado. Se dejó caer en la silla frente a Mónica, cubriéndose la cara con ambas manos.
—No… no es de él —susurró con la voz quebrada—. Pero Alexandre quiere hacerme creer que siempre tendrá poder sobre mí… que nunc