La mañana parecía tranquila. El sol entraba por las cortinas del departamento y Valeria, aunque con los ojos hinchados de tanto llorar la noche anterior, se obligó a levantarse. No quería que Gabriel la viera derrotada. Quería mostrarse fuerte, aunque por dentro se sintiera quebrada.
Gabriel ya estaba despierto, revisando documentos sobre la mesa del comedor. Había un aire de tensión en su rostro, como si cada segundo lo acercara más a una decisión inevitable.
—¿Dormiste bien? —preguntó él, sin apartar la vista de los papeles.
—Lo intenté —respondió Valeria con un suspiro. Caminó hacia la cafetera, pero sus manos temblaban tanto que casi deja caer la taza.
Gabriel la detuvo suavemente, posando su mano sobre la suya.
—No tienes que fingir. Aquí no.
Ella lo miró, y en ese instante entendió que Gabriel había visto más allá de todas sus máscaras. Eso la asustaba y, al mismo tiempo, la tranquilizaba.
—Necesito aire —dijo de pronto, apartándose—. No quiero sentirme atrapada. Vamos a caminar