La mansión estaba en silencio, como si la misma oscuridad hubiese decidido instalarse allí. Las paredes altas, los pasillos interminables y el aire cargado de perfume caro creaban un ambiente sofocante. En el estudio, Alexandre permanecía de pie frente a la chimenea apagada, con una copa de whisky en la mano.
No había dormido. La imagen de Valeria enfrentándolo en su propia oficina lo perseguía sin descanso. Sus palabras, su mirada firme, su negativa a inclinarse. Y, peor aún, la presencia de Gabriel, ese hombre que se atrevía a desafiarlo, que se atrevía a tocar lo que él consideraba suyo.
—Insolente… —murmuró, apretando la copa con fuerza hasta que el cristal crujió.
Dejó el vaso sobre la mesa y caminó hacia el ventanal. Desde allí, observaba la ciudad que alguna vez había sentido bajo su control. Sus empresas, sus contactos, su dinero. Todo lo había construido con paciencia y astucia, como un depredador que espera el momento exacto para atacar. Y ahora, todo parecía tambalear porqu