El silencio volvió a llenarse sólo con el crujido del fuego y la respiración pesada de ambos. Valeria sostenía aún el borde de la venda, como si temiera que al soltarla el dolor regresara o algo peor ocurriera.
Gabriel la observó un segundo más… y esta vez no dijo nada.
Solo bajó la mirada a su hombro, donde el vendaje improvisado ya comenzaba a teñirse de rojo otra vez.
—Tengo que ajustarlo —murmuró ella, inclinándose.
—Valeria… —la detuvo él, apenas rozándole la muñeca con los dedos.
Ella se quedó quieta. Gabriel rara vez tocaba primero. Y mucho menos así, suave… casi temeroso.
—Lo que pasó afuera —continuó— no fue tu culpa.
Valeria sintió un nudo subirle por la garganta.
—Si no hubiera gritado… si no me hubiera asustado…
—Te iban a encontrar igual —replicó él con firmeza inesperada—. Y aun así, me escuchaste. Corriste. Me cubriste. Hiciste más de lo que cualquiera hubiera hecho.
Ella apretó los labios. Quería creerle, pero las imágenes seguían golpeando su cabeza: la pers