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Valeria apartó las cortinas con cuidado. La ventana daba a un pequeño jardín trasero, oscuro y silencioso. Más allá, un grupo de árboles podía servirles de cobertura. Era su única salida.

—Gabriel, necesito que te levantes —susurró, sujetándolo del brazo—. No tenemos tiempo.

Él respiró hondo, apretando los dientes para no quejarse. Se apoyó en ella y logró ponerse de pie, tambaleante.

El niño, ya despierto, los miró con los ojos grandes y asustados.

—¿Otra vez, mamá?

Valeria lo tomó de la mano.

—Sí, mi amor… pero esta vez vamos a salir sin ruido, ¿sí?

El pequeño asintió con valentía, aunque su labio temblaba.

Valeria abrió la ventana despacio, rezando para que no chirriara. El viento nocturno entró de golpe, frío, cortante, trayendo el olor del bosque húmedo.

—Tú primero —le dijo al niño, ayudándolo a bajar.

Cuando sus pies tocaron la tierra, Gabriel intentó seguirlo, pero casi pierde el equilibrio.

Valeria lo sostuvo.

—No te suelto —le prometió, bajando con él.

Apenas tocaron el suel
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