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—Déjame tocarte.

Angeline forcejeaba para zafarse los amarres en sus muñecas, pero le era imposible. Sintió como sus pezones se colocaron duros por la fresca brisa que entraba por las ventanas de la cabaña, un nuevo azote cayó sobre su pecho y jadeó en respuesta.

—Por favor... quiero tocarte.

Boris la miraba con lujuria y una sonrisa perversa se dibujó en su boca. Bajó su vista a su entrepierna y notó la humedad que traspasaba la tela de su bikini, se saboreó los labios y la miró con hambre y deseo.

—No mi querida esposa, estás castigada... y mira que voy a disfrutar mucho tu castigo.

El pecho de Angeline subía y bajaba por su agitada respiración, su entrepierna palpitaba de deseo por sentir la tibia carne de su miembro penetrarla, el deseo en su cuerpo se estaba evidenciando, haciéndole erizar la piel con tan solo imaginarlo e

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