Reglas

Alonso esperó a que sus hijos se fueran de la sala para darle otra calada a su cigarro y con cara de indignación seguía viendo a Lucrecia, la cual soltó el humo que estaba reteniendo y le devolvió la mirada de  molestia, había pasado la vida bajando la mirada ante las personas que no estaban de acuerdo con su forma de ser, su forma de actuar, lo mal que saltaba o la forma en la que los dedos de su mano se cruzaban al aterrizar de un salto.  

—Lucrecia...—Empezó a decir cuando vio a Samuel y Priscila pasar con los bolsos. 

—Siéntate—Señaló el sillón y le quitó el cigarro. Ella  lo botó por el ventanal y le vio a los ojos antes de decir: —Estamos dando pasos gigantes, Alonso, y yo voy solo hacia adelante. Lo más que puedo ir de aquí es romper contigo o que trabajes conmigo. Tú decides. No voy a mentirle nunca a mis hijos, eso incluye a los tuyos, no soy menos que nadie. No soy más que los que no tienen y sobre todo no voy a me
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