Déjalo ir

Lucrecia tomó el albornoz nervioso y salió corriendo de su habitación a la puerta con el teléfono en la mano. Le escribió un mensaje al portero para que le diera una plaza de apartamento a Alonso. Ella se vio en el reflejo del elevador y tocó todos los botones para devolverse. Necesitaba un poco de maquillaje. El joven vio al portero salir, le indicó el espacio en el que podía aparcarse de los puestos de invitados, le dijo que la señora Salomón estaba bajando. Alonso le dio las gracias y encendió un cigarro mientras cambiaba de emisora.

¿De qué vas a hablar?

¿Qué viniste a decir?

Lucrecia estaba bajando con las pestañas arregladas, las cejas enceradas, lo mínimo de polvos y una media cola. Se volvió estaba difuminándose el  labial mientras pensaba lo poco que quedaba por decirse entre Alonso y ellas dos tenían un mal carácter y los dos querían cosas diferentes. De las pocas cosas en común que compartían era el amor indiscutible por sus hij

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