Agua

Al día siguiente Lucrecia despertó a las cinco de la mañana, fue al computador y vio otro correo más. No dejaban de llegar y ella fingía que no lo hacían, que no tenía miedo, pero su suegra o la persona a la que le pagaba para atormentarla estaba siendo más cruel aún. 

—Eso es fuerte, te están amenazando—dijo Marcela. 

—No, qué no… Mi suegra es una pesada, me quiere asustar. 

—Te mandó un correo en el que dice que tienes los días contados —Olivia se unió a ellas. 

—Desde cuándo está pasando esto. —preguntó preocupada. —¿Por qué?

—Me odia porque soy heredera universal de todo ¿su dinero? En fin, si me muero todo es de mi hija y mi abogado tiene evidencias para mandarle a la cárcel, allá ella. 

—Estoy hay que pararlo. Voy a llamar a Sebas y Cash. 

—No, no, Olivia, todo estará bien, de verdad. Sabes hace cuánto no tengo amigas, una salida o un día de no ser una perra. Voy a practicar yoga contigo

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