DIEGO
Para ser completamente sincero, no confiaba en que Maggie se lo contara a sus padres. Sé que esta chica puede guardarse secretos hasta la tumba. Y yo no quiero ser su secreto, ni que ella sea el mío.
—Siento que mi madre te haya avasallado a preguntas —me dice, apoyada en el marco de puerta.
Está guapa con ese pijama rosa de niña buena, pero me gusta más cuando sólo lleva mi camiseta y las piernas se le pierden por debajo de la tela.
—No ha sido para tanto.
—Ya... —la escucho sisear—. Bueno, te dejo que sigas estudiando. Voy a ver qué encuentro para entretenerme ahora que tengo tanto tiempo libre. Qué aburrida voy a estar.
—Eres una dramática. ¿Tú no querías ir de vacaciones? Pues ponte a buscar.
—¿Pero vamos a irnos?
Ya le he dicho que sí, ¿cuál es el problema?
—Que sí. ¿Me vas a dejar estudiar? O siéntate en la cama con el portátil, pero sin dramas.
Durante el resto de la noche la escucho teclear con impaciencia y el suave crujido de la cama cada vez que se mueve. La he mirado