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DIEGO

Mientras me arrastro a la cocina por la mañana empiezo a arrepentirme de haberle partido la cara al gilipollas de Dan cuando estaba colocado hasta las cejas, debería haberlo hecho antes de que se metiera la droga, así le habría dolido más. A mi las manos me duelen como la mierda. Los nudillos siguen hinchados, y aunque ya no sangran, me arden. También debería haberle arrancado el metal de la cara.

Cuando bajo las escaleras se me hace raro no oír nada, normalmente cuando Maggie se despierta antes que yo se escucha el cacharreo de trastes en la cocina o la encuentro sentada en el sofá viendo el telediario mañanero con una taza de café. Hoy no hay nada, ¿me habrá dejado solo? Me prometió que no lo haría, << ¿Qué cojones, Margaret? >> Estoy a punto de echar fuego por las orejas cuando el murmuro de su voz atraviesa la puerta corredera del jardín. El alivio que siento al verla me hace sentir como otro gilipollas por dudar de que siguiera aquí.

Me ha dejado la cafetera caliente prepar
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