Eva se sentó en su cubículo con la mandíbula tensa, el ceño fruncido y los ojos clavados en la montaña de documentos que tenía delante. Gabriel Montenegro se había convertido en una verdadera pesadilla. No podía dar un solo respiro sin que la llamara a su oficina para darle más trabajo, corregirle algo o simplemente molestarla.
Respiró hondo y trató de enfocarse. Pero entonces, el intercomunicador resonó con una voz grave y autoritaria:
— ¡Moretti, a mi m*****a oficina, ahora!
«Santuario infernal diría yo.» pensó.
Eva cerró los ojos con tanta fuerza que por un segundo vio chispas de colores tras sus párpados. Inspiró profundamente, sintiendo cómo su rabia burbujeaba peligrosamente bajo la superficie. ¿Por qué demonios no la dejaba en paz?
Se levantó con furia contenida y caminó con pasos firmes hasta la oficina de Gabriel. Abrió la puerta sin ceremonias y lo encontró sentado detrás de su imponente escritorio de madera oscura, con el ceño fruncido y los ojos clavados en documentos con u