Un escalofrío reptó por la espalda de Damián, helado y afilado como la punta de una lanza de obsidiana, anunciando un presagio funesto. Algo se quebró en su interior, un grito ahogado, un eco desgarrador que no vibró en el aire, sino que resonó visceralmente en lo más profundo de su vínculo con Isolde, como una cuerda tensa que se rompe. No necesitó más señales. Su lobo interior aulló, un rugido primario y feroz que acalló toda lógica, silenciando las débiles órdenes del consejo como el viento silba sobre una ruina abandonada.Sus pies se lanzaron por los corredores como una ráfaga de viento furioso, golpeando el suelo de piedra con una urgencia visceral que no admitía preguntas. El mundo entero se redujo a un único propósito obsesivo: encontrarla, alcanzarla antes de que fuera demasiado tarde.El corazón le retumbaba en los oídos como un tambor de guerra desbocado. No escuchaba más que ese latido frenético y el jadeo áspero de su propia respiración. Entonces, al doblar una esquina ab
Una sombra se despegó de la pared del pasillo, fundida con la penumbra como una criatura paciente y calculadora que acechaba desde las grietas de piedra y silencio. Desde allí había presenciado la furia desbordada de Damián, el ataque torpe y desesperado de Evelyn, y luego… el milagro. Aquella luz que no debía existir. Aquella sanación imposible, grabada en su memoria como una afrenta a las leyes naturales.Una mueca de disgusto torció sus labios, apenas perceptible en la oscuridad.— Estúpida… maldita estúpida — siseó, su voz apenas un murmullo áspero, casi devorado por el aire helado que recorría los pasillos.Sus ojos, brillantes como ascuas encendidas, habían seguido con atención la huida atolondrada de Evelyn. Negó con la cabeza en un gesto lento, contenido, casi felino, como un depredador que lamenta la torpeza de su manada.— Tanta paciencia… tanto trabajo… — murmuró con el veneno denso en cada palabra, saboreando su amargura — Todo arruinado por un estallido de celos infantile
La atmósfera había cambiado por completo, saturada de una energía densa, casi tangible. Era como si la luna misma, en el cénit de su esplendor, hubiera emergido desde el interior de Isolde, envolviéndola en una luminiscencia que Damián encontraba imposible de resistir. Una calidez sofocante la recorrió de pies a cabeza, un fuego que ardía sin tregua, anunciando sin lugar a dudas el inicio de su celo.Lo que ambos ignoraban era que aquella luz etérea que brotaba de ella actuaba como un escudo silencioso, una barrera mágica e impenetrable, forjada por la misma luna que ahora los contemplaba. Una protección invisible se tejía a su alrededor, aislándolos del mundo, envolviéndolos en una burbuja de deseo y destino.Un amor salvaje, crudo y primitivo empujó al alfa hacia ella con una urgencia que lo desbordaba. Damián la acorraló contra la pared de piedra, sus manos recorriendo sus costados como si quisiera memorizar cada curva, cada línea de su cuerpo. No le dejó espacio para huir. Su alie
La tensión en la sala era espesa, casi tangible, como una neblina que se colaba entre los huesos y oprimía el pecho. Un silencio denso se había apoderado del lugar, roto solo por el murmullo de respiraciones contenidas y algún que otro suspiro nervioso. Los miembros del Consejo estaban sentados en semicírculo. El nombre del cachorro, Rowan, no era pronunciado, pero flotaba en el aire como un espectro, presente en cada pensamiento, en cada mirada esquiva, en cada arruga prematura que el miedo les había cincelado durante la noche.Al frente, Alexander, el beta, se mantenía de pie. Aunque lideraba la manada de forma provisional, todos sabían que la verdadera figura de poder era otra. El alfa Damián estaba ausente por lo implicado que estaba emocionalmente en el caso. — No podemos ignorar lo que ocurrió anoche — una anciana atreviéndose a romper primero el silencio — Ese niño no solo nos paralizó. Fue más que eso. Proyectó una fuerza invisible, una presencia helada, como una garra i
—Antes de continuar con esta unión —la voz del Alfa Damian era dura como el acero y su mirada fría como el hielo— quiero que se le realice una prueba de virginidad a Isolde.El mundo de Isolde se congeló en ese momento. Fue como si los latidos del corazón se le detuvieran en el pecho, y un incómodo zumbido retumbaba sin parar en sus oídos.Estaba de pie en el claro, con el bordado plateado de su vestido de novia blanco brillando a la luz de la luna, simbolizando la bendición de la Diosa de la Luna sobre todos los lobos. Pero en ese momento no sintió ningún atisbo de santidad, sólo un frío penetrante que se le clavaba en la piel como sí miles de agujas la estuvieran atravesando a la vez.La expresión del Alfa Damian le resultaba desconocida. No había ternura, ni amor, ni siquiera un atisbo de emoción en su mirada. La observaba como si se tratara de una mercancía a inspeccionar.—¿Qué…? —susurró ella, sin comprender del todo lo que acababa de escuchar.—A mis oídos han llegado rumores d
Era Evelyn, su prima.Odiaba a Isolda, mucho.Nunca había entendido porque ella tenía más privilegios si las dos venían de la misma sangre, si la única diferencia entre ellas era que Isolde era la hija del primogénito de su abuelo y ella solo la hija del segundo hijo, que el simple orden de nacimiento hubiera evitado que se convirtiera en la princesa heredera del clan. Era mucho más digna que Isolde estaba convencida de ello.No estaba dispuesta a rendirse ni mucho menos, y ahora empezaba la diversión, su momento de hacerles pagar a los suyos por no haberse dado cuenta de que ella era una princesa mucho más digna.Evelyn sonrió con malicia, alzando la voz para que todos la escucharan.—Yo misma puedo dar testimonio de lo que ha estado haciendo mi prima, tio. No es ningún secreto que Isolde ha pasado por la mayoría de los machos de nuestra manada.—¡Mentira! —gritó Isolde incapaz de contener por más las lágrimas y estallando a llorar— Eso no es cierto, no puedo pasar la prueba pero no
—Está muerta — dijo uno de los guerreros tras agacharse e intentar encontrar el pulso de la joven sin lograrlo.El eco de la masacre aún flotaba en el aire, mezclándose con el olor a sangre, traición y muerte que impregnaba el claro.Los cuerpos sin vida de los caídos cubrían el suelo como hojas marchitas tras una tormenta. Los gritos se habían apagado, sustituidos por el pesado silencio que deja la muerte a su paso.Evelyn, con el vestido rojo empapado en sangre ajena, avanzó con hasta donde yacía el cuerpo de Isolde. La luna, testigo de su victoria, brillaba sobre su piel pálida y su mirada chispeó con una satisfacción oscura.—¿Estás seguro? —preguntó, observando el cuerpo inerte de su prima.—No hay respiración, mi señora —confirmó el guerrero— Su pecho no se mueve y tampoco fui capaz de encontrarle el pulso.—Bien.—La sonrisa de Evelyn fue lenta, cruel, victoriosa.Se agachó, sus dedos acariciaron con desdén la mejilla de Isolde, manchándola de la sangre que aún tenía en la mano.
El frío la envolvía como un sudario.Isolde respiró con dificultad, cada movimiento le arrancaba una punzada de dolor. Sus extremidades estaban entumecidas, sus músculos temblaban por el esfuerzo de arrastrarse fuera de la cueva en la que había caído. Su instinto le gritaba que debía moverse, alejarse, ocultarse antes de que alguien descubriera que aún respiraba.Pero el agotamiento pesaba sobre ella como una cadena invisible.Se apoyó contra la roca húmeda, intentando calmar la tormenta en su pecho. Su vientre seguía irradiando ese calor extraño, una protección silenciosa que le recordaba que no estaba sola.Entonces, algo cambió.La brisa nocturna se espesó de forma antinatural. Una niebla densa comenzó a deslizarse entre las rocas, avanzando con una fluidez inquietante, envolviéndolo todo en un velo plateado. Isolde parpadeó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.La niebla no era normal.No era la simple humedad de la noche ni el aliento del río lejano.Era algo… vivo.El in