A la semana siguiente, Bernardo y yo volvemos. Hago que el diario donde trabajo dé la noticia. Bernardo y yo nos hemos casado y ahora soy la esposa del fabricante de armas más poderoso de Latinoamérica. Logramos que la noticia salga en todos los medios de comunicación.
Bernardo y yo organizamos una fiesta el mismo día que pisamos Buenos Aires. Invitamos a más de quinientas personas, incluyendo a grandes empresarios; y hombres y mujeres a los que debemos ganarnos, y por supuesto, a Mabel y Alfonzo D’ Luca. Necesito ver a mi enemigo cara a cara, para que conozca el rostro de la mujer que lo va a hacer caer a los abismos del infierno.
Recibimos a los invitados en la puerta principal y, cuando pensamos que ya no vendrían, veo a Amadeo bajar de una limusina negra. Se lo nota serio, casi apático. Detrás de él baja Mabel con un bello vestido insulso, así como ella, y a su lado un hombre canoso de barba.
—¿Estás lista? —me pregunta Bernardo, nervioso.
—Nací lista para esto —digo con una sonri