Capítulo 3:

Dejando de lado todos sus quehaceres como sirvienta, Elaine paso el resto del día encerrada en su cuarto pensando una manera de eludir aquel destino tan cruel que la estaba esperando. Pero ¿Qué otra opción tenía?

Si desobedecía la orden del rey, ella seria ejecutada por desobediencia o incluso mucho peor. Si, por el contrario, ella aceptaba ir a Asgard y se desposaba con aquel hermoso y aterrador príncipe, su destino podía llegar a ser igual o peor que el ya establecido.

Finalmente, cuando las nubes en el cielo fueron reemplazadas por estrellas y la luna corono el cielo, ella decidió que lo mejor sería aceptar ese destino y suplicar a cualquier deidad que se apiadara de ella.

Elaine ya no podía quedarse allí, no tenia a nadie y ciertamente ya no confiaba en Korra, por lo que seria mejor ir a Asgard e intentar hacer una vida nueva allí. Al fin y al cabo, ella ya estaba acostumbrada a ser humillada, regañada y violentada a diario; con el correr del tiempo ella había descubierto que su voluntad era fuerte al igual que su espíritu. Conforme y fiel a su decisión, Elaine se dijo a si misma que ella seria valiente y no le entregaría su vida tan fácilmente a la muerte, ella decisión aferrarse a esa pequeña luz de esperanza.

Como siempre lo hacía, Elaine iba a luchar por su vida, por sobrevivir a lo que el destino le tenía reservado.

—Eres Elaine. No tienes miedo, eres fuerte y valiente—susurro en el centro de su habitación la humilde sirvienta, intentando infundir el valor que su corazón tanto necesitaba. Recitando las palabras que siempre deseo que alguien le dijera—, eres una sobreviviente.

En ese preciso instante, alguien golpeo la puerta de su cuarto, y antes de esperar oír una respuesta, cuatro guardias se deslizaron en el cuarto con el hombre que la había salvado de los latigazos, Korra y el rey.

—Elaine, se te ordena asumir la identidad de la princesa heredera en el reino de Asgard, desposarte con el príncipe heredero de ese reino y no revelar tu identidad a nadie de allí, bajo ninguna circunstancia—dijo de forma monótona el hombre desconocido, como si las palabras que salían de sus labios no fueran nada.

La chica de cabello negro observo a Korra, quien parecía extremadamente afligida por aquella decisión mientras desviaba su mirada al suelo, incapaz de ver a Elaine a los ojos.

Por otro lado, el rey parecía indiferente, cruzando sus ojos tormentosos con los de la humilde sirvienta. Aun así, durante un instante los labios del rey se separaron ligeramente, mientras observaban a Elaine de pies a cabeza y retrocedía medio paso hacia atrás, como si una verdad se acabara de revelar ante sus ojos.

>—Viajaras de inmediato. ¿Aceptas la orden? —culmino el extraño.

Sin apartar su mirada de la del rey, Elaine respondió sin vacilar.

—Acepto mi destino—. En silencio, Elaine suplicaba a cualquier deidad allí presente que se apiadara de ella.

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El pequeño niño de mirada tan oscura como una basta noche inmortal carente de estrellas se aferró con fuerza al cuello de su madre, mientras enterraba su pequeña cabellera dorada en el cuello de la mujer.

—Duerme bien, Damino—susurro la reina al oído del pequeño príncipe, mientras presionaba un cálido beso en la coronilla del pequeño.

—Te quiero, mami—respondió el pequeño príncipe con una sonrisa angelical antes de apartarse del cálido abrazo de su madre.

Con pasos pequeños, el príncipe heredero de Asgard salió del cuarto de su madre, enfilando con claridad el rumbo hacia su cuarto.

El castillo se había vuelto sombrío, oscuro, envuelto en sombras tenebrosas que distorsionaban todo convirtiendo los objetos en monstruos aterradores. Damino tenía miedo a la oscuridad, pero en su pequeño y valiente corazón, el amor de una madre lo hacia sentirse protegido y seguro.

—No hay nadie en este mundo para protegerte—ronroneo con malicia una voz masculina. Ni joven ni vieja.

Las paredes del castillo se mancharon de sangre roja y espesa, al igual que las manos del pequeño príncipe, cuyo corazón latía con violencia desmedida en el centro de su pecho.

Incapaz de detener su avance, Damino siguió caminando por el oscuro y sombrío pasillo, irrumpiendo nuevamente en el cuarto de su madre.

Pero en esta ocasión, su madre no lo esperaba sonriente llena de amor para darle. La sangre y las vísceras tintaban las sábanas de la cama, al igual que las cortinas de la habitación.

La pesadilla de cualquier persona hecha carne, el horror vuelto humano. Damino pudo ver en el centro del cuarto algo que ni la pesadilla mas visceral es capaz de concebir.

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—¡Damino, despierta! —advirtió una voz masculina con cierto matiz de exasperación, antes de arrojar una jarra de vino en el rostro somnoliento del príncipe.

El hermoso hombre de cabello dorado como el oro abrió los ojos de manera abrupta, revelando una mirada tan oscura y profunda como un cielo nocturno sin estrellas.

—Maldición, es esta pesadilla otra vez—siseo con la respiración irregulares el hermoso príncipe heredero, mientras pasaba una mano por su cabello húmedo.

Su ceño se frunció ligeramente al entrar en contacto con la humedad.

Durante algunos instantes el no comprendió donde estaba ni que día era, sin embargo, cuando vio el rostro iracundo de su mejor amigo de pie junto a él con los brazos cruzados sobre su pecho, el recuerdo del mundo real lo golpeo en el rostro.

>—¡¿Qué demonios crees que estás haciendo, Azriel?!—escupió Damino, mientras pasaba una mano sobre sus ojos color ónix, intentando apartar del letargo del sueño y la somnolencia.

El ceño de por si arrugado de Azriel se frunció aún más, mientras respiraba de forma trabajosa, de seguro intentando contener la exasperación que le provocaba su mejor amigo. Luego de algunos segundos, la mirada color avellana, siempre calma de Azriel se clavó como dagas en los ojos del príncipe.

—¿Qué hago? —comenzó a decir el con una delicadeza fría y meticulosa, capaz de poner la piel de gallina de más de uno—, compruebo que el príncipe heredero de Asgard no se haya asesinado a si mismo por envenenamiento con alcohol.

Damino bufo, mientras apartaba las sábanas de su cuerpo antes de salir de la cama con cierta dificultad. Su mente daba vueltas, un efecto secundario de la ingesta desmedida de alcohol. Eso había sido un abuso excesivo y un baile de la muerte contra sus propios límites, pero luego de enterarse del absurdo trato que su padre había hecho con el rey de Mydgret, él se permitió beber hasta perder la consciencia.

—Aun no entiendo por qué demonios mi padre prefirió entablar lazos con su enemigo en lugar de aniquilarlos—gruño Damino, mientras se deslizaba detrás de una cortina para comenzar a asearse y vestirse—. Los superábamos en números, la suerte estaba de nuestra parte.

—Tu padre es grande, Damino, es un hombre sabio, lo más probable es que no quería ver más derramamiento de sangre—dijo con tranquilidad Azriel, al otro lado de la cortina—. Sin mencionar, que seguramente desea convertirse en abuelo antes de partir de este mundo.

El ceño del príncipe heredero se frunció ante aquella mención, mientras pasaba una mano por su cabello dorado en un intento por dominarlo. Aquello fue inútil, al igual que su espíritu, su cabello era imposible de someter.

Resignado, liberando un suspiro audible, Damino salió de detrás de la cortina, vistiendo un ceñido pantalón elegante con una chaquetilla plateada adornada con bordados de oro.

—Que me case con la princesa de Mydgret por obligación es una cosa, de ahí a que la considere mi esposa y posible madre de mis hijos es una muy diferente—comenzó a decir el príncipe en tono burlón—. Aparte, hay que ver si llega con vida al altar.

Ante aquellas palabras, Azriel se tensó, mientras lanzaba a su amigo una severa mirada de advertencia, una que solo podía darle en la privacidad, cuando solo eran dos amigos y no el príncipe heredero y un cortesano de la corte.

—Ni se te ocurra hacer nada para lastimar a la princesa, Damino—comenzó a advertir el hermoso hombre de mirada color avellana y cabello oscuro—. Ella llego hace cinco minutos, te espera en el salón del trono. Intenta no echarlo a perder, hay mucho en juego.

—Prometo no hacer nada para dañar a la princesa…—comenzó a decir el príncipe. Azriel asintió, creyendo que allí terminaba la declaración, mientras comenzaba a caminar con suavidad hacia la entrada. Pero el príncipe continúo hablando. —…siempre y cuando, ella no colme mi paciencia.

—Tú no tienes paciencia, Damino—escupió Azriel con frialdad, a lo que el príncipe respondió con una sonrisa socarrona—. Solo procura no echarlo a perder.

Sin decir una sola palabra más, el hombre de cabello oscuro y mirada color avellana salió de la habitación, suplicando en silencio a cualquier deidad para que Damino no asesinara a la princesa antes de llegar al altar.

Lo que Azriel no sabía, es que el príncipe ya había tomado una decisión. Él no le haría las cosas fáciles a la princesa, el no deseaba una nueva esposa, pero tampoco quería defraudar a su reino, por lo que le haría pasar un verdadero infierno a la princesa para que esta decidiera por su cuenta escapar de allí. De ese modo, no faltaría a su palabra.

Con una sonrisa petulante colmada de arrogancia, Damino camino unos pasos por detrás de su amigo, preguntándose ¿Cuánto sería capaz de resistir la princesa antes de quebrarse? ¿Sería la voluntad de la princesa más fuerte que la suya?

Damino dudaba que esto ultimo fuera tan siquiera posible, pero sin lugar a dudas él se divertiría muchísimo comprobándolo.

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