Vendida al príncipe
Vendida al príncipe
Por: Valentian M. Laborde
Capítulo 1:

Un par de brazos la sujetaron con violencia, imposibilitándole cualquier tipo de movimiento de escape.

—¡Quítenle la ropa y regístrenla hasta que aparezca el anillo! — ordeno la princesa con un tono que parecía el gruñido de algún animal.

Los guardias no vacilaron ni un instante al oír la orden, de forma veloz ellos comenzaron a arrancarle la ropa a Elaine, dejando su cuerpo medio desnudo, expuesto ante los perversos ojos depredadores que acechaban aquella corte de pesadillas.

Despojada de todo calor, humillada y expuesta a las burlas y abusos de los miembros de aquella corte de pesadillas, Elaine comenzó a llorar.

Al ver sus lagrimas derramarse por aquellas mejillas perfectas, la princesa encolerizada abofeteo el rostro de su sirvienta.

—Lo lamento, su majestad—logro articular con dolor Elaine, sintiendo como el gusto a hierro, propio de la sangre, se apoderaba de su sentido del gusto—, pero yo no tomé el anillo.

—¿Insinúas que me equivoco? —siseó la princesa de cabello dorado y mirada gris con rabia, apretando sus dientes con fuerza dejándolos a punto de estallar.

¿Qué se suponía que debía responder ella en ese preciso instante?

La princesa Amanda, del reino de Mydgret era arrogante, narcisista, caprichosa, egocéntrica, petulante y extremadamente cruel, en especial con Elaine su sirvienta personal, a quien disfrutaba atormentar día y noche.

Al parecer, aquel día la princesa se encontraba de un carácter mucho peor de lo normal. Si los rumores eran ciertos, el motivo era que el rey había perdido la guerra contra el reino de Asgard, y para no entregar su corona había logrado llegar a un acuerdo con su enemigo. Esa misma noche, la princesa seria enviada en un carruaje al reino enemigo para casarse con el príncipe.

Un príncipe, que según decían, era tan hermoso como cruel. Era sabido en todos los reinos del continente que él había asesinado a sus anteriores esposas por simple deseo y capricho.

Lo más probable, era que la princesa Amanda acabara en iguales circunstancias que sus esposas anteriores, lo cual, según Elaine, sería una especie de justicia divina por todos los años de tortura que le había infligido a ella y otros miembros de la servidumbre.

Ante ese pensamiento, a Elaine le resultó imposible reprimir una sonrisa escueta que se apodero de sus comisuras, alzándolas de forma instantánea de manera fugaz y casi inadvertida.

Pero esta reacción no pasó desapercibida por la princesa, quien estaba alerta esperando cualquier miserable excusa para exponerla y torturarla.

—¡¿Te estas burlando de mí?!—escupió con el tono propio de una bestia, mientras su rostro redondo y enrojecido se volvía aún más rojo de lo que ya estaba.

—Lo lamento princesa, son los nervios por estar ante su magnificencia—se excusó ella con cierto temor, deseando que aquella mentira sonara creíble.

Pero aquello había sido suficiente para sentenciar a la humilde sirvienta. Era sabido que la princesa odiaba a Elaine desde que eran niñas, desde ese entonces parecía haber desarrollado una especial predilección por torturarla de formas inconcebibles

Con sus ojos grises convertidos en dagas afiladas, la princesa Amanda roto levemente su rostro, dirigiéndole una leve mirada a uno de los guardias allí presentes.

—¡Traigan un látigo!—rugió la princesa—. Yo misma la castigare.

Ante aquellas feroces palabras, Elaine tembló aterrada, mientras se sacudía con brusquedad entre los brazos de sus captores, desesperada por escapar de su cruel destino.

Sin embargo, en el preciso instante en el que uno de los guardias coloco un látigo en las manos de la cruel princesa, las puertas del salón se abrieron y un hombre ingreso al lugar.

Aquel hombre, mano derecha del rey, se aproximo a la princesa y susurro unas palabras en su oído. Palabras que todos los que estaba allí cerca lograron oír, incluida Elaine.

La guerra había acabado; para conservar su corona el rey había acetado desposar a su hija con el hijo de su enemigo. La princesa viajaría ese mismo día al otro reino para unirse a su enemigo en matrimonio.

El terror se plasmo en el rostro de la princesa Amanda, mientras contemplaba las miradas expectantes de su corte. Forzando una sonrisa en sus labios y volviendo a centrar su atención en la atemorizada Elaine dijo:

—Tienes suerte de que soy una princesa compasiva, pero que te quede bien claro que hoy tu patética e insignificante existencia es perdonada por mi voluntad—.

Con arrogancia y suficiencia, la princesa se dio la vuelta y comenzó a caminar detrás del hombre que acababa de llegar, perdiéndose de su campo visual demasiado rápido.

Una vez que Elaine se aseguró de que la princesa no volvería a aparecer, comenzó a vestirse con la mayor velocidad que pudo, utilizando los trapos viejos y sucios que ella llamaba vestido para cubrir su cuerpo expuesto. Rápidamente, al no poder seguir viendo a la mujer medio desnuda, la mayoría de los miembros de la corte comenzaron a disiparse, volviendo a sus nidos de víbora. Solo los más pervertidos de ellos quedaron pululando cerca de allí, aguardando su momento para abordarla.

Elaine necesitaba escapar de allí cuanto antes, mientras luchaba por colocarse las prendas lo más rápido posible, su mente astuta y vivaz había trazado un mapa mental para huir lo más rápido posible.

Aun así, en la lejanía, la hermosa mujer de cabello negro como la noche logro escuchar unas palabras, antes de que el viento las arrancara lejos de su alcance.

—Al parecer, la princesa se prepara para emprender su viaje hacia Asgard—murmuro una mujer de nariz crispada—, pobrecita, pronto tendremos noticias de su muerte prematura.

>Bien< fue lo único que pensó Elaine, mientras ataba el ultimo listón de su vestido.

Sin demorarse un solo segundo más, ella comenzó a alejarse del lugar con grandes zancadas, intentando perderse lo más rápido posible de las miradas de los hombres de ese lugar, los cuales se posaban sobre su cuerpo como si aun fueran capaces de ver la piel debajo de la tela.

Algunos de ellos, los que más temor infundían a su corazón, comenzaron a seguirla con pasos veloces. La corte, para ella, era una pesadilla constante la cual parecía no tener fin aparente, colmada de bestias y monstruos que fingían ser humanos.

>Pasará un tiempo hasta que se olvide lo que ocurrió aquí< se dijo a sí misma con cierta tristeza, mientras seguía avanzando por los pasillos del lugar, deslizándose entre las personas, intentando parecer un fantasma inexistente para mezclarse entre las sombras, tal como había aprendido a hacer con el correr del tiempo.

El mantener su virginidad intacta se había convertido en una verdadera hazaña, algo casi imposible y de lo que ella misma se sentía orgullosa. Aquello era un recordatorio de la fortaleza que habitaba en su interior por ser capaz de luchar contra aquellas bestias sin alma ni corazón cada día de su vida. 

Los murmullos y el pánico de los miembros de la corte eran tangible, todos estaban aterrados ante la idea de una invasión por parte del reino enemigo.

Elaine aprovecho aquello como su oportunidad para deslizarse lejos de todos sin llamar demasiado la atención, escabulléndose lejos de aquellos hombres que con solo mirarla le decían que le darían problemas.

Si debía ser sincera, a ella le daba igual quien sostuviera la corona en su cabeza, al fin y al cabo, todos acababan siendo reyes o reinas crueles o corruptos.

Todos menos la difunta reina, o al menos eso es lo que Korra, su tutora, le había contado ya que la reina murió tiempo antes del nacimiento de ella.

Korra, el simple pensamiento del nombre de aquella mujer alivio el orgullo malherido de la sirvienta, al fin y al cabo, estaba segura de que su tutora tendría las palabras perfectas para consolarla, al menos siempre era así; con una pequeña sonrisa esperanzadora, Elaine se deslizo lejos de las miradas de los miembros de la corte, logrando encontrar finalmente un refugio pacifico alejado de todos los presentes.

El pasillo era más estrecho de lo habitual, puesto que solo era utilizado por los miembros de la servidumbre en el horario del almuerzo o cena, por ese motivo estaba completamente vacío… o al menos eso creyó en un principio.

Mas pronto que tarde, en la lejanía ella vio una silueta extremadamente familiar. Con una sonrisa cansada tirando de sus comisuras, Elaine apresuro el paso, intentando alcanzar a Korra antes de que esta se alejara demasiado.

Cuando finalmente la mujer que le doblaba la edad se detuvo, ella soltó un pequeño suspiro de alivio, creyendo que al fin la había visto. Pero Korra no se volvió hacia ella, sino que se volvió hacia un costado antes de deslizarse detrás de una puerta.

El corazón de Elaine se saltó un latido, mientras seguía caminando por inercia hacia el sitio donde su tutora se había deslizado.

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