Hablar era raro.
Después de años en silencio, aprender a usar mi voz fue como aprender a respirar bajo el agua. Torpe. Desesperante.
La foniatra —una mujer dura, de ojos cansados— me corregía una y otra vez. 'Abre bien la boca', 'no arrastres las palabras', 'no insultes tanto'.
Decía que hablaba como carretonera. Y no la culpo. Crecí en la calle, no en un salón de modales y gente hipócrita.Así que, aunque ahora podía hablar, mi voz seguía sonando como quien aprendió a gritar antes de pedir permiso.
Y la verdad… no pensaba cambiarlo.Mi voz era mía. Forjada entre callejones, gritos y silencios. No iba a suavizarla para nadie.
El transporte negro se detuvo frente a un portón de hierro forjado.
Arriba, grabado en letras antiguas y pesadas, un nombre: Valtherium.Me bajé sola, mochila al hombro, sin esperar a que alguien viniera a salvarme.
El chofer apenas me dirigió una mirada antes de marcharse. Sin un "adiós". Sin un "suerte". Mejor así.Respiré hondo. El aire olía a piedra, metal y algo más... algo salvaje. Como si la tierra misma contuviera una amenaza latente. Como si estuviera a punto de despertar bajo mis pies.
Avancé por el sendero de adoquines, rodeada de reclutas uniformados. Todos con sus medallones brillando al sol como premios que yo aún no había ganado.
Sus miradas pesaban. Medían. Juzgaban. Susurraban detrás de sonrisas falsas.Que miraran lo que quisieran.
Yo no venía a gustarles.Caminaba firme, sin bajar la vista, cuando lo sentí.
Un corte en el flujo de la multitud. Un muro humano.Me detuve a medio paso, tensando los puños por costumbre.
Frente a mí, un muchacho de hombros anchos y expresión de pocos amigos se plantó como si fuera el guardián de una puerta invisible.
Me estudió de arriba abajo con una calma fría. Sin apuro. Sin disimulo.
Yo le devolví la mirada, negándome a ser la primera en parpadear.Cabello negro, ligeramente desordenado, pero con un orden natural, como si ni el viento se atreviera a tocarlo.
Y sus ojos...Azul profundo. No el azul de un cielo claro, ni de un mar tranquilo. Era el azul de una noche sin fondo, de un abismo dispuesto a tragarte si te atrevías a mirar demasiado tiempo.
Y yo miré.
Por un segundo, me sentí cayendo, sin nada a lo que aferrarme.
Sacudí la cabeza, mordiéndome por dentro para recuperar el control. No había venido a dejarme romper.
—¿Eres nueva? —preguntó, su voz grave como una advertencia que no sonaba a pregunta.
—¿Y a ti qué chingados te importa? —disparé, sin pensarlo.
El muchacho —porque, pese a su tamaño, no era mucho mayor que yo— ladeó la cabeza, curioso. Como si hubiera encontrado un bicho raro digno de examinar.
—Poca paciencia… —murmuró, esbozando una media sonrisa apenas visible—. Te vas a romper rápido aquí. O mejor dicho, te van a romper rápido aquí.
No me moví. No retrocedí.
Di un paso más cerca, alzando la barbilla.
—Que lo intenten.
Sus labios se curvaron apenas, no en burla, sino como quien reconoce a otro igual de testarudo.
—Nombre —ordenó.
—Ishtar —escupí.
Él se inclinó un poco hacia mí, como si quisiera grabar el sonido de mi nombre en su memoria.
—Adriian —dijo, como quien lanza un cuchillo al aire, seguro de que caerá justo donde quiere.
Y, sin más, se apartó. Caminó hacia el edificio principal con una calma peligrosa, como quien sabe que no necesita correr para alcanzar a su presa.
Lo seguí con la mirada. Algo en mí sabía que esa colisión no había sido casual.
Que ese encuentro, breve pero brutal, no era el final.Era el principio de algo mucho más grande.
Algo que, tal vez, estaba destinado a destruirnos a los dos.
Sonreí para mí misma, sintiendo cómo se encendía una chispa en mis entrañas.
No le tenía miedo al abismo.Después de todo, Yo no nací para huir del abismo. Nací para hacerlo mío.
El edificio principal de Valtherium era un monstruo de mármol y acero. Las columnas, altas y pesadas, parecían querer aplastar a quienes no fueran dignos de estar allí.Avancé por los pasillos de piedra, mis pasos resonando en el eco del lugar. No hacía falta girar la cabeza para saber que todos me miraban. Los rumores ya corrían: la nueva. La rara. La callejera.Susurraban... y yo caminaba.Al llegar a un patio amplio, donde los estudiantes entrenaban bajo un sol inclemente, me detuve. El estruendo de los golpes, las órdenes lanzadas al viento, el choque metálico de los medallones... todo me sacudía los sentidos.Me obligué a respirar. A encajar.Y entonces, una voz me alcanzó.No era gritada ni burlona. Era tranquila, educada... casi impropia para un campo de entrenamiento.—Disculpe, señorita —escuché detrás de mí.Me giré, lista para escupir una respuesta áspera.El muchacho que se acercaba no tenía nada de callejero. Era el polo opuesto a todo lo que había conocido.Cabello
Valtherium era como una bestia viva: siempre en movimiento, siempre ruidosa.Después de salir de la asignación de habitaciones, Harold —con su amabilidad de caballero medieval— se despidió con una leve reverencia, dejándome sola en un pasillo tan largo que casi parecía burlarse de mí.Resoplé. Qué hueva.Me acomodé la mochila al hombro y seguí avanzando, tratando de encontrar el dichoso pabellón de novatos, cuando escuché risas.No esas risas forzadas de salón de clases. No. Risas auténticas, de esas que suenan a desastre inminente.Y ahí estaba él.Recargado contra una columna, mochila tirada a sus pies, sonrisa de cabrón encantador dibujada en el rostro, y dos chicas riéndose de cualquier estupidez que acababa de soltar.Cabello rojo intenso, tan vibrante que parecía arder bajo el sol. Ojos verdes, claros como el jade mojado por la lluvia. Su físico era otro tema: fornido, de hombros anchos y musculatura que no intentaba ocultar. Desde el cuello, asomaba un tatuaje tribal oscur
Hoy me siento inusualmente nerviosa.Un poquito, al menos.No es como si fuera a echarme a llorar o temblar como una niñita miedosa en barrio pesado. Pero sí... el estómago me da vueltas como licuadora descompuesta.Hoy es la ceremonia donde entregan los medallones.No soy de emocionarme fácil.Pero esto... esto es diferente.Esto es poder.El salón de ceremonias de Valtherium era tan ridículamente enorme que uno podría perderse ahí dentro y no volver a salir jamás. Las paredes, altas como acantilados, estaban cubiertas de estandartes antiguos bordados con hilos de plata. El aire olía a incienso, piedra vieja... y promesas selladas con sangre.Frente a mí, sobre un pedestal de mármol negro pulido como espejo, reposaba mi destino: un medallón.No era grande, ni dorado, ni ostentoso.Era sencillo. Metálico, de un color oscuro que parecía beberse la luz de las antorchas.Y en su centro... una piedra, como una brasa dormida.El director, imponente como una estatua viva, habló. Su voz rebo
Ignis Lux. Fuego de luz.Sonaba bonito... pero yo sabía que nada bonito sobrevive mucho en un mundo como este.Los instructores nos reunieron en el patio principal. El sol caía como plomo sobre nuestras cabezas, y el aire olía a piedra caliente, sudor y expectativas.Una mujer de trenza apretada se plantó frente a nosotros, con las manos a la espalda y la espalda más recta que una lanza. Su voz cortó el murmullo como un cuchillo:—Ahora que han recibido sus medallones, deben saber qué llevan en el pecho.Un silencio incómodo se extendió entre nosotros. La piedra contra mi piel vibró, como si escuchara.—El Orvium no es solo un mineral. No es simple joyería. Fue descubierto por accidente, en las minas olvidadas de Arkanis, hace más de un siglo. Un material capaz de resonar con las emociones humanas... de amplificarlas, de volverlas armas vivientes. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran hondo—. Se creyó un milagro. Se convirtió en una maldición.Sus ojos nos recorrieron uno
El polvo seguía en el aire como un velo sucio, flotando en las últimas luces del atardecer.Allá abajo, en la arena, Ishtar se mantenía en pie, tambaleante pero firme, mientras su contrincante yacía inconsciente, rodeado de ayudantes que se apresuraban a sacarlo del campo.Su pecho subía y bajaba pesadamente, y en su mirada ardía algo que no era simple satisfacción. Era algo más primitivo. Salvaje.Desde uno de los balcones de piedra, Mike Callahan soltó un silbido agudo, sacudiendo la cabeza con una carcajada.—¡Mierda! ¿Viste eso? La novata no solo tiene fuego bonito para la ceremonia. —Se rascó la nuca, con una sonrisa amplia y burlona—. Es puro veneno con patas. Me cae bien.Harold Weiss, de pie junto a él, observaba la escena en silencio, sus brazos cruzados. No había emoción en su rostro, solo una calma pensativa que resultaba casi incómoda.—No fue solo fuerza bruta —murmuró finalmente—. Su energía oscilaba... como si intentara controlarla sin terminar de entenderla. Pero la ra
La carta llegó antes del amanecer.No tenía sellos. No tenía remitente. Solo mi nombre en tinta negra, escrita con una precisión que me erizó la piel."Ishtar — Misión asignada. Instrucciones a las 07:00 horas en Sala 3 del Ala Este. No llegues tarde."Eso fue todo.Pensé que era una broma al principio. O una prueba más. Pero no lo era.A las 07:00 en punto, la instructora de trenza apretada —la misma que había anunciado nuestros elementos como si recitara sentencias— me esperaba junto a una mesa con un mapa extendido.—Te ganaste esto —dijo, sin mirarme, señalando un punto al sur de la ciudad—. Por tu desempeño durante las pruebas.—¿Una misión? ¿Sola?—Es una exploración. De bajo riesgo. —Levantó la mirada, midiendo mis reacciones—. Pero también es una evaluación.Me quedé en silencio. Lo supe de inmediato. No era una recompensa. Era una manera elegante de decir "vamos a ver si puedes contener lo que llevas dentro sin matar a nadie."La instructora no lo negó.—Tu elemento, el Ignis
El segundo pueblo olía a leña vieja, tierra húmeda… y secretos.Me habían enviado allí apenas dos días después de entregar el informe del primer lugar. Una misión complementaria, dijeron. “Reconocimiento de actividad anómala”, agregaron. Pero todos sabíamos lo que era en realidad: otra prueba. Otra forma de empujarme al límite y ver si podía sostener el poder del Ignis Lux sin que me consumiera.—Es pequeña —había dicho uno de los instructores—. Pero con historial inestable. Si algo surge, queremos saber si Ishtar lo puede contener... o si necesitamos contenerla a ella.Y así terminé allí. Una aldea apenas marcada en los mapas, con casas inclinadas por el viento y un campanario torcido que parecía más un nido de cuervos que un lugar de fe.No encontré mucho al principio. La gente del lugar no hablaba. O fingía no saber. Caminé todo el día entre calles estrechas, grabando cada mirada evasiva, cada gesto contenido. Algunos me miraban con recelo, otros con una sospechosa amabilidad forza
Valtherium no cambió en los días que estuve fuera, pero yo sí.El aire aún olía a metal bruñido y a incienso ceremonial. Las torres seguían recortándose contra el cielo como lanzas eternas, y el eco de pasos disciplinados aún resonaba en los pasillos de mármol pulido. Todo seguía igual. Demasiado igual.Excepto yo.Había algo distinto en cómo sentía la presión del medallón contra mi pecho, en cómo mis pasos resonaban en los pasillos. La misión me había cambiado. Aunque nadie lo supiera aún, incluso yo misma no lo entendía del todo.Me llamaron al amanecer a una sala de informes. Tres instructores, uno de ellos con una tableta y el ceño fruncido. No esperaban un “hola” ni un “me alegro de estar de vuelta”. Querían datos, detalles, respuestas.—¿Actividad anómala? —preguntó el más alto, sin levantar la vista.Asentí.—Presencia inusual de tensión ambiental. Cambios en la presión, en la percepción. Pero no se manifestaron entidades físicas.Técnicamente no era mentira.El instructor de l