El cielo oscuro.
El ala blanca del avión privado.
La incertidumbre de comenzar una vida nueva y completamente diferente, lejos de todo lo que conocía.
Todo aquello pesaba con más fuerza en el alma de Nina a cada minuto que pasaba, pero ahora al menos estaba libre.
—¡Oye! —Yuri puso frente a ella un vaso de vodka y se acomodó a su lado—. Tranquila, pronto estaremos en casa.
Llevaban más de doce horas de vuelo y ya estaban sobre territorio ucraniano, así que Yuri parecía emocionado por llegar. Nina, que en cambio no había salido jamás de Estados Unidos, solo se sentía ansiosa y agobiada.
—¿Estás segura de que Katerina está bien? —volvió a preguntar con insistencia.
Todavía no conseguía llamarle mamá, pero eso no quitaba que estuviera extremadamente preocupada.
Por razones de se