Camino a través de las imponentes puertas del castillo, mis pasos resuenan contra los pisos de piedra con una sensación de sombrío propósito. No reduzco el paso, no me detengo a admirar la grandeza de los pasillos abovedados ni los tapices ornamentados que adornan las paredes. Mi único pensamiento es lidiar con esta insurrección de los señores de la manera más rápida y decisiva posible para poder volver a concentrarme en lo que realmente importa: recorrer cada centímetro del reino en busca de Amelia hasta tenerla segura de regreso en mis brazos.
Los guardias que flanquean la entrada de la sala del trono se ponen firmes cuando me acerco. Sus movimientos son nítidos y precisos mientras abren las pesadas puertas de madera en deferencia a mi presencia. Cuando cruzo el umbral, el murmullo de la conversación se apaga y un silencio expectante cae sobre la nobleza reunida, envol