Leandro Giordano e Isabelle Santoro se vieron obligados a casarse tras una noche que resultó en embarazo. Ambos se enfrentaron a los primeros meses de un matrimonio lleno de desdicha y desamor. Sobrellevando el desprecio de la familia Giordano, Isabelle intentó darle una oportunidad a su matrimonio cuando Leandro dio el primer paso para forjar lazos por el bien de su hijo. Sin embargo, una noche cambió todo: una discusión terminó trágicamente poniendo la vida de Isabelle y del bebé en peligro. Devastada, ella pidió el divorcio y se alejó de la ciudad, dejando atrás un pasado doloroso, esperando tener una nueva oportunidad para ser feliz. ¿Qué sucederá cuando se reencuentren? ¿Podrá Isabelle Santoro perdonar al padre de su hijo?
Leer más«Para nosotros la familia es lo primero e Isabelle atentó contra ese código»
Las palabras que Isabelle escuchó de labios de su primo, mientras conversaba con Lía, no dejó de atormentarla, ni el paso de los meses lograron apartar la sensación de dolor que la embargaba. Para su familia, ella era, de lo peor, la causante de todo el desastre. Si tan solo le hubiese preguntado, si su padre o madre le hubiese dado la oportunidad de hablar, de explicarse.
Ella negó, no tenía sentido lamentarse ahora por lo sucedido, solo le quedaba seguir adelante. Sobre todo, ahora que Leandro se mostraba emocionado por la llegada del bebé. Isabelle acarició su vientre de siete meses y no pudo evitar que una ligera sonrisa se dibujara en su rostro. No importaba que la familia Giordano le mostrara su desprecio abiertamente, si ella y Leandro se lo proponían, con el tiempo podrían consolidar su relación, quizá enamorarse y tener más hijos…
—Luces muy feliz —observó Sophia, sentándose a su lado. Esta vez la reunión fue en la casa de sus abuelos. Sandro y Verónica, era por eso que se sentía ligera, cuando mucho se enfrentaría a las puyas de su padre, pero estaba acostumbrándose.
—Leandro ha cambiado mucho en estos meses, se interesa más por el niño y en las cosas que hago, aunque no he podido decirle que…
—Buenas noches —. Las palabras de Isabelle se vieron interrumpidas por la llegada de Juan Carlos. Lo que hizo a los presentes girar el rostro al escuchar al hombre saludar.
Leandro sintió un baldazo de agua fría caer sobre su cuerpo, al reconocer al tipo con quien Isabelle se había marchado en moto meses atrás, mientras discutía con sus padres por ella; pero, ¿qué buscaba el hombre en la casa de la familia Santoro? Pronto le llegó la respuesta.
—Juan Carlos, bienvenido. —Alejandro se puso de pie para recibirlo, algo que no hacía cuando Leandro llegaba de visita. El enojo le carcomía el alma, sobre todo cuando el recién llegado se sentó al lado de Isabelle y la saludó, notando la familiaridad con la que se trataban. Los celos le hicieron enfermar, el lenguaje corporal del hombre y el de Isabelle hablaban por sí solos. ¡¿Era el único idiota que pensaba que su matrimonio podía tener una oportunidad?! Ni siquiera debería de sorprenderse, después de todo, estaba casado con Isabelle porque ella lo drogó confundiéndolo con Leonardo, su hermano gemelo.
El enojo se adueñó de todo su ser, había pasado tres meses tratando de ser un hombre distinto por el bien de su hijo, pero esto no podía tolerarlo. Se puso de pie y salió del comedor sin importar si llamaba o no la atención.
—¡Leandro! —Isabelle se sorprendió al ver la actitud mostrada por su esposo y salió detrás de él.
—Es mejor que me marche, no me siento bien —mintió, resistiendo el deseo de tomarla de los hombros y sacudirla hasta hacerla confesar su infidelidad.
—¿Qué pasa? —le preguntó ella con preocupación al ver cierto tormento en sus ojos. Algo que no había vislumbrado desde hacía tiempo.
—Me duele la cabeza, pero quédate tú y discúlpame con tus abuelos. Te estaré esperando en casa —dijo dejándole un beso sobre la frente.
Isabelle se quedó sorprendida y no fue capaz de decir nada, simplemente lo miró marchar mientras una extraña sensación le presionaba el pecho.
Ella volvió a la sala, dándose cuenta de inmediato de que su familia no echaba de menos a su esposo. Leandro sufría el mismo desprecio que ella con su respectiva familia, negó y prestó atención a las palabras de su padre, enterándose de que Juan Carlos se había convertido oficialmente en el socio de la empresa vinícola que dirigían sus padres.
Luego de las presentaciones, pasaron a la mesa; sin embargo, Isabelle no pudo disfrutar de la cena. La preocupación se instaló en su pecho y supo rápidamente que se trataba de Leandro. Ellos podían no amarse, pero en esos meses se habían acercado lo suficiente para considerarlo un amigo; además, era el padre de su hijo. Y si se sentía mal, ¿por qué no ir y corroborar que todo estuviera bien con él? ¿Qué podía perder mostrando su interés y preocupación?
Convencida de que iba a ganar más de lo que podía perder, Isabelle se despidió de su familia y de Juan Carlos; sin embargo, cuando él se ofreció amablemente a llevarla hasta su casa, no pudo negarse. Era mejor ir con él a tomar un taxi a esa hora de la noche.
—Luces nerviosa, ¿todo bien? —preguntó Juan Carlos una vez que subieron al auto. Isabelle había olvidado lo observador que era.
—Estoy bien, pero me preocupa Leandro, creo que no se sentía muy bien.
—¿Cómo están las cosas con él?
—Han mejorado mucho, se muestra más preocupado e interesado en nuestro hijo. Quizá cuando nazca, él…
—¿Continuarás tu matrimonio luego del nacimiento del bebé? —preguntó Juan Carlos ante la duda de la joven.
Isabelle no lo había pensado, la relación con Leandro había mejorado, pero no al punto de ser algo más que amigos.
—Supongo que él pedirá el divorcio cuando el bebé nazca. Es lo que acordaron nuestros padres y es la condición que Leandro puso para casarse —musitó.
—Perdóname por preguntar —se disculpó el hombre.
—Por el contrario, te agradezco la preocupación y el cariño que me has brindado cuando todos me dieron la espalda. En cuanto a mi matrimonio, solo quedan dos meses para que mi bebé nazca y luego veré lo que sucede —hizo una pausa, sintiendo un nudo en su garganta—. Gracias por traerme —dijo al darse cuenta de que ya estaba frente a su casa.
—Siempre será un placer, Isabelle. Eres una excelente persona y amiga —le respondió con tanta sinceridad que ella quiso llorar.
—Tú también eres un maravilloso amigo, Juan Carlos, te veo mañana. —Isabelle se despidió y bajó del auto con rapidez.
Ella caminó a paso lento hacia su casa, miró el auto de Leandro estacionado en el garaje y de repente tuvo el impulso de correr lejos de allí. Su pensamiento estaba fuera de lugar, por lo que se dirigió a las escaleras, las luces de la sala estaban encendidas e imaginó que Leandro se había olvidado de apagarlas.
Se paró dubitativa frente a la puerta de la habitación de su marido y respiró de manera profunda. Pensó en llamar, pero, ¿y si Leandro estaba dormido? No quería despertarlo y menos molestarlo. Así que, giró lentamente el pomo de la puerta, solo iba a asegurarse de que estuviera bien. Abrió la puerta y sus ojos se abrieron por sorpresa al ver a Leandro besando a otra mujer. ¡Una mujer en su habitación! ¡Otra mujer en su casa!
—¡Leandro! —gritó, interrumpiendo a la pareja.
Él giró el rostro para ver a Isabelle. Ver el dolor en sus ojos le dio un extraño placer, una deliciosa venganza por el espectáculo que tuvo que presenciar en casa de la familia Santoro.
—Llegaste, creí que te quedarías a dormir en casa de tus abuelos y que yo tendría la noche libre —dijo sin ningún remordimiento.
—¿No me digas que no es la primera vez que traes a una mujer a mi casa? —preguntó, sintiendo que su corazón se rompía en mil pedazos. No se amaban, sin embargo, ella jamás se atrevería a engañarlo.
—Nuestra casa, querida. Nuestra casa.
Isabelle dio un paso atrás al verlo acercarse a ella, sintiendo sus palabras como filosas dagas atravesando su piel.
—¡Eres un sinvergüenza! ¡Esta es la casa de tu hijo! —gritó con lágrimas en los ojos al darse cuenta de las razones de su cambio. Leandro solo estaba jugando con ella, dándole esperanzas mientras se divertía a sus espaldas con otra mujer.
—¿Mi hijo? —Leandro se carcajeó, mientras la rabia seguía subiendo como espuma, envenenando su corazón. La había visto llegar con Juan Carlos y, aun así, ella se atrevía a cuestionarlo. ¡Era una cínica!
—Sí, tu hijo —murmuró, dando un paso hacia atrás para alejarse de Leandro.
—No me hagas reír, Isabelle. Seguramente tu bastardo es de Juan Carlos y me lo has endosado a mí.
El golpe seco sobre su mejilla le hizo girar el rostro, mientras la mano de Isabelle dolió, pero nada que pudiera compararse a lo que estaba sintiendo su corazón.
—¡¿Cómo te atreves?!
—¿Te duele la verdad? ¡¿Cuánto tiempo crees que podrías engañarme?!— medio gritó, medio preguntó furioso por el golpe recibido. Por sentirse engañado.
Isabelle se giró y corrió por el pasillo, no quería enfrentarse a Leandro en ese estado eufórico, podían hacerse más daño del que ya se habían hecho y entonces no habría vuelta de hoja. Todo estaría perdido para siempre.
Sin embargo, no era lo mismo que Leandro prensaba y fue detrás de ella.
—¡Ven aquí, Isabelle! —gritó cogiéndola del brazo cerca del primer peldaño de la escalera.
—¡Suéltame! ¡No tienes ningún derecho a tocarme después de lo que he visto esta noche!
—No te hagas la santa, me drogaste para que durmiera contigo y vaya que te resultó porque te juro que en mi sano juicio jamás me habría acostado contigo; ¡nunca te habría puesto un solo dedo encima!
—¡No fui yo quien te drogó! —gritó cansada de cargar con una culpa que no era suya— ¿Por qué no buscas y le preguntas a Javier? ¿No es tu mejor amigo? —le cuestionó, luchando para no llorar.
—¡No metas a Javier en toda esta m****a que solo tú provocaste! —refutó, halándola con fuerza del brazo, presionando la blanca carne de la muchacha.
—¡Pues es el único culpable de todo! ¡Si quieres reclamarle a alguien, hazlo con él, pero a mí déjame en paz! —gritó alzando el brazo con tanta fuerza que el impulso la hizo tambalear y le fue imposible sostenerse de algo o de alguien.
—¡¡¡Isabelle!!! —El grito de Leandro se escuchó por toda la casa, mientras veía el cuerpo de la joven rodar por las escaleras.
El terror le hizo quedarse inmóvil por un momento, antes de correr hacia ella.
—¡Isabelle! —la llamó con desespero al ver que había sangre corriendo por las piernas de su esposa.
Jr. apareció en el jardín justo en el momento en que Melanie y Luciano se prometieron amor eterno. Las palabras de la pareja resonaron en el aire, cargadas de emoción y de sentimientos puros y sinceros que lo emocionaron hasta lo más profundo de su ser.Cuando partió de Nueva York, apenas una semana atrás, le había prometido a Melanie llegar a tiempo a su boda, antes tenía que ir en busca del amor de su vida. Y ahora no regresaba solo. De su mano, venía Yelena Katsaro. La joven, de cabellos rubios como el sol que le robó el corazón y con quien creyó, no tendría ninguna oportunidad. Sin embargo, apenas descubrió que ella y Connor no tenían ninguna relación, no dudó en cruzar el océano para reunirse con ella y pedirle una oportunidad para su amor.Melanie sonrió al ver a su hermano parado al final del pasillo con Yelena y el resto de la familia Katsaro detrás de él. Era una alegría tan grande saber que no se había perdido su boda.—Felicidades, Melanie, Luciano —expresó, dándoles un fue
Cuatro semanas era muy poco tiempo para organizar una boda digna de una reina, pero nada era imposible para la señora O’Connor. Mía y Victoria se pusieron manos a la obra la misma noche en que Luciano le propuso matrimonio a Melanie.Una semana después, cada invitación fue enviada a su destino. Desde San Francisco, hasta Grecia y Guatemala.Victoria no entendía los motivos de aquella boda casi exprés, pero tampoco cuestionó las decisiones de su hijo. Lo veía tan feliz, tan lleno de vida… eso era suficiente para ella.Sin embargo, había un motivo muy importante y Luciano se había esperado hasta el último momento para compartir con sus padres una de sus mayores felicidades. Mientras esperaba la hora, sentado en la sala de su apartamento, llamó a Victoria y a Salvatore.—Por favor, tomen asiento —les pidió, sirviendo tres copas de vino y tendiéndolo en dirección de sus padres.—No deberíamos beber antes de la boda —mencionó Victoria.—Lo sé, pero hay algo que deseo compartir con ustedes.
Angelo aflojó el puño lentamente y estiró sus dedos con deliberada calma. Había esperado este momento con ansias. Fueron semanas, meses añorando tener a Ezra Kelly delante de sus ojos. Por lo que no dudó ni un solo segundo en dejar la oficina, apenas Elián le llamó para informarle sobre su regreso. Sobre todo, porque el cargo que había pedido venía a bordo del avión privado de la familia Kyriaskis.Ezra Kelly, el hombre que, gracias a la influencia política de su padre, pensó que podía escapar de sus garras. Había sido astuto, mudándose de una ciudad a otra en Europa, creyendo que así podía evitar ser encontrado. Pero lo que Ezra no sabía era que un cazador tan experimentado como Elián jamás dejaba escapar a su presa.Elián había seguido su rastro a través de cuatro ciudades, sin descansar, hasta que finalmente lo encontró y lo arrastró a Atenas.—Mi trabajo ha terminado, señor O’Connor. Ezra Kelly es todo suyo —dijo Elián, con una voz fría y afilada como el acero. La serenidad en su
Jr. descendió lentamente por las escaleras y caminó hacia la sala en la casa de sus padres, apenas escuchó que África lo buscaba, no dudó un solo segundo en salir para recibirla. No pensaba hacerle ningún reclamo por haberle contado a su madre sobre sus malestares que lo habían aquejado todas esas semanas. Era consciente de que África solo actuaba movida por la preocupación que sentía por su salud. Además, era un gesto que solo una verdadera amiga haría y que él valoraba profundamente.—África —la saludó, con un beso en ambas mejillas.—Hola, ¿cómo estás? ¿Cómo van esos malestares? —le preguntó ella, acomodándose en el lujoso y cómodo sillón, invitándolo a sentarse a su lado.Jr. esbozó una sonrisa ligera antes de responder, como si el mero acto de hablar de sus malestares ya no le causara la misma inquietud de antes. Sobre todo, por lo que Bruce había mencionado. La posibilidad de que aquella pelirroja estuviera embarazada lo había atormentado.—Curiosamente, llevo dos días sin males
África se detuvo en seco al abrir la puerta de su oficina. Sus ojos se abrieron de par en par al encontrarse con una sorpresa inesperada: la habitación estaba inundada de flores. Muchos ramos que llenaban cada rincón, creando una mezcla embriagadora de fragancias en el aire.—¿Qué significa todo esto? —preguntó, intentando mantener la calma mientras se giraba hacia su secretaria, que llegaba unos pasos detrás.—Llegaron a primera hora de la mañana, son para usted —respondió la joven un poco intimidada por el tono de voz empleado por África.La joven no tenía idea de que la sorpresa podía molestar a la hermana de su jefe; es más. Le había parecido un acto tan romántico que se había ofrecido a ayudar a colocarlos. Claro que, eso no tenía por qué saberlo o estaría de patitas en la calle, pues parecía que la sorpresa no era de su agrado.África frunció el ceño y elevó una ceja. Avanzó con cuidado hacia uno de los arreglos y, con dedos casi temblorosos, tomó el sobre que pendía de él. Sin
«Estoy embarazada, Luciano, estamos esperando un bebé.»El silencio se adueñó de la habitación, como un halo pesado que caía entre ellos. Luciano sostenía las pequeñas calcetas en sus manos, las cuales temblaban como hojas sacudidas por el bravo viento. Y de repente, todo a su alrededor desapreció; las paredes, los muebles, incluso el tiempo pareció detenerse. Sus ojos estaban vidriosos por las lágrimas que acudieron a ellos mientras estaban fijos en la prueba de embarazo que estaba al fondo de la cajita, como algo frágil, pero que albergaba un torbellino de emociones y sentimientos, haciendo que la noticia se hiciera más real.Entretanto, Melanie esperaba con el corazón latiéndole a mil por hora, permanecía en silencio mientras la incertidumbre le oprimía el pecho, sintiendo un cúmulo de emociones: nervios, miedo y esperanza. Sin embargo, el silencio de Luciano la puso ansiosa. Todo lo que deseaba en ese momento era que la noticia no fuese una carga para él, que la llegada de su bebé
Último capítulo