Ay, no... Ay, no…
—Que conste que no los mato porque el señor oficial se ha portado de lo más amable con nosotros— vocifero como animal a esos dos que a penas me escuchan de lo borrados que están en estos momentos. Por suerte el oficial nos dejó a todos en libertad y a esos dos con una citación por haber alterado el orden público.
—Ay, hermanito, no seas aguafiestas. Si nos salió re bonita la canción para esas malas mujeres.
—Idiotas, ni con alcohol son capaces de ser sinceros con las chicas, me dan ganas de patearlos y dejarlos en esa celda asquerosa.
—James, relájate. Esto lo más probable es que termine en una multa y listo, yo mismo lo veré y lo arreglaré en el juzgado.
—Es que no debería ser así, estos dos se merecen las penas del infierno por ponernos en esta situación.
—Amorcito lindo precioso, mi niño bonito— esa voz seductora que me prende en un dos por tres me está llamando frente a todos, me doy la vuelta y disimuladamente arreglo mi arma, le sonrío como bobo y le respondo.
—Sí, mi vida…
—Pod