SABRINA
Al día siguiente del bochorno en que resultó mi pedida de mano, desperté con la resignación impregnada en el alma y el corazón. Tal vez, mi destino era sufrir siempre a manos de las personas que amaba, y solo me restaba levantar la cabeza y seguir. Las horas no se detendrían porque yo me sintiera mal y el tiempo seguiría pasando, llevándose consigo mis mejores años si me quedaba en una cama llorando, por algo que no pudo ser.
La mañana se anunciaba de un modo tan sereno, que decidí darme un baño y bajar a compartir el habitual café fuerte que hacía mi padre. No deseaba tocar el tema de anoche, pero sabía que sería inevitable que me preguntaran como me sentía. Después de todo, era lo que los seres que te amaban hacían.
Al entrar al tocador, el espejo me devolvió la imagen de una mujer distinta a la que fui hasta ayer, cuando feliz me había dado una ducha con el hombre que tantas veces durante la madrugada, había susurrado a mi oído que me amaba. Sonreí melancólica porque me hub