NATANAEL DÍAZ
—Mírate en el espejo—, le ordené. Abrió los ojos y se encontró con mis ojos en el espejo.
—Nate—, jadeó de nuevo mientras le besaba el cuello y chupaba desde atrás.
—Eres mía, pequeña. Tu cuerpo, tu alma, tu corazón, todo me pertenece a mí y sólo a mí—, le dije y la di la vuelta para besarle los labios.
Le mordisqueé el labio inferior y abrió la boca al instante. Introduje mi lengua en su boca y nos besamos apasionadamente cuando sonó mi teléfono. Lo ignoré y la besé. Pero ella se apartó.
—Deberías levantarlo, debe ser importante—, dijo, pero yo la acerqué más.
—No. No lo es—, dije intentando besarla.
—No Nate. Deberíamos parar. Ya sabes dónde va a parar. Acabo de bañarme. Hicimos el amor hace apenas una hora y también debemos irnos, ¿recuerdas?—, dijo deteniéndose al poner una mano en mi pecho.
—Pero fue hace una hora—, compalé.
—Descuelga la llamada. Debe ser importante—, dijo y se apartó de mí para mirarse en el espejo. Gruñí y salí a descolgar.
—Hola—, dije malhumora