La mañana llegó y a Alexander le dolía mucho la cabeza.
Había soñado con esa bruja de nuevo y ni en sueños había logrado quitarse esas ganas que tenía de ella.
La almohada era muy cómoda, mullida, blandita y suave.
Olía delicioso y se apretó más contra ese agradable cojín.
Le colocó la mano encima y se encontró frotándola.
—Parece un pecho —murmuró medio dormido.
—Es un pecho, no lo parece y es «mi pecho» el que estás agarrando.
Alexander abrió los ojos de golpe y se encontró a Diana a su lado.
Estaba soñando, seguro, él no pensaba compartir su habitación con su esposa. Volvió a agarrar el seno de sus sueños y lo apretó con suavidad.
—Qué buen sueño —balbuceó y al sentir movimiento a su lado parpadeó varias veces.
Se encontró un cuerpo femenino a su lado, desnudo.
Ella lo miró, acusadora. Ni en sueños esa mujer lo dejaba ser feliz.
¡Siempre con esa mirada de Alexander compórtate!
—Si no vas a cocinar el pan, no calientes la panadería —le soltó Diana, molesta y le quitó la mano de su p