Sello

Y eso hice, la conocí con adoración y ternura, paseando mis dedos por sus pliegues sin llegar a penetrar y disfrutando de sus gemidos y del como se va humedeciendo cada segundo más. Mis padres me hablaron muchas veces sobre el sexo, pero fue mi padre quien me enseñó lo que debía hacer o no en mi primera vez. Por eso mismo me tomé mi tiempo de primero conocer lo que le gusta a mi meloncito, de distinguir cada una de sus formas con mi boca y mis manos, de leerla con la misma emoción y sorpresa con la que empecé a tocar mi violín y a conocer sus diferentes tonalidades.

Conforme fui masajeando, sus gemidos se hicieron más constantes e incluso empezó a moverse contra mis dedos, pero no quería entrar en ella y lastimarla, por eso solo me dediqué a frotar y besar sus muslos e intercalar con su humedad. Lo cierto era que no podía contenerme más tiempo, estaba tan excitado, sintiéndola y escuchando sus finos jadeos, que pensé que en cualquier momento llegaría a mi propio goce.

Ascendí nuevamen
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