POV Emily
Mi madre siempre me decía, puedes lograr todo lo que te propongas y hoy más que nunca, me he levantado con esa convicción. Tantas eran mis ganas de iniciar mi mañana, que abrí los ojos antes que mi despertador, lo apagué sin darle oportunidad de que sonara.
—Será una buena mañana ¡Será un buen día!
Abrí mis brazos y mi boca para bostezar.
No tenía mucho para preparar un exquisito desayuno, pero hay pan y hay huevos, suficiente para hacer un manjar. Los huevos, como nunca, quedaron en su punto.
—Oh, eso es una buena señal.
Sentía la energía del universo conspirando a mi favor para que todo se dé conforme a lo que necesitaba. Desayuné con calma, trataba de distraer mi mente para no pensar en mis problemas y sonreía para cambiar la visión de todo.
Tomé una ducha de pocos minutos, porque hay que ahorrar agua, el planeta lo agradecerá; es por una buena causa, lo hago solo por eso —una manera más de engañar a mi pobreza.
Llegué al restaurante más tarde y esperé que mis jefes estuvieran, pero aún no habían llegado. Me preparé para iniciar mi turno y todo salía como esperaba.
Mis primeros clientes me dejaron buena propina, era casi final de semana y eso solo dice que estaremos llenos.
Llega el mediodía y el servicio estuvo mejor que nunca, no hubo errores con las ordenes, los clientes demasiado amables, las propinas no faltaron. A este paso creo que no será necesario hablar con mis jefes, creo que puedo lograr mi meta y completar el dinero del alquiler.
Estaba en los cambiadores contando por quinta vez los billetes cuando Dominica me llama.
—Emi, clientes en la mesa diez.
—¡Voy!
Dejé todo en el casillero y volví a salir, pero desde ese momento, nada fue bueno para mí.
—Buenas tardes, bienvenidos a…
—Dos copas de vino tinto, un Pétrus Pomerol.
El hombre de traje camisa blanca, pantalón gris y lentes oscuros, no me deja terminar cuando hace su pedido.
—Sí, ¿algo más?
Este no se voltea a mirarme, ni por decencia. Solo levanta su mano y la sacude como si yo fuera una especie de mosca y sigue su plática con un hombre mayor.
—Pero… vuelvo en un momento, caballeros.
Forcé una sonrisa y me di la vuelta.
Al llegar a la cocina, el chef me mira y niego con mi cabeza para que sepa que no es una orden de comida.
—Dos de Pomerol —dije a la persona que se encarga de servir el vino.
—¿Por qué esa cara?
Augusto frunce su boca y cruza sus brazos.
—Un cliente presumido, es todo. Pero parece que solo ha venido por una copa de vino.
Los clientes complejos, son como una astilla enterrada en el dedo.
—Eso no falta en un restaurante como este.
La chica llega con las copas de vino vacías, las acomoda en una bandeja de color plata y aparte la botella de vino completamente cerrada.
—¿Necesitas ayuda? —me preguntó ella intentando solo ser cortés, pero me negué.
¿Por qué hice eso? Debí solo aceptar su ayuda.
—No, está bien. Esto lo he hecho mil veces.
Salí con la orden y lo primero que hice fue ubicar las copas en la mesa, luego tomé la botella de vino y la acerqué para que el cliente la viera, pero estos me ignoran, era como si lo hicieran intencional.
—Caballeros —dije en tono de voz suave, pero estos me tratan como un maldito florero.
Aclaré mi garganta y repetí.
—Caballeros.
El hombre más joven, de lentes oscuros, baja su mirada y me sobre sus lentes, luego mira la etiqueta de la botella y asiente.
En frente de ellos saqué el corcho de la botella para que vieran que estaba sellada, pero no estaba mirándome. Con un paño esterilizado limpié el cuello de la botella esperando que alguno de ellos pidiera oler el corcho, algo suelen hacer quienes vienen aquí por los vinos caros, pero estos ni se inmutan.
—Señor —dije captando su atención y este sin mirarme levanta su copa para que le sirva una pequeña cantidad para que pruebe.
Estaba parada a un lado de él, pero solo sostenía la copa, seguía hablando y no le daba un trago o un sorbo a su bebida.
—Dame un momento, Carlos —dice el tipo de lentes para probar un poquito el líquido en su boca.
Lo olfatea, lo mueve un poco, lo olfatea de nuevo y al final, toma un sorbo —. Muy bien.
Mi brazo estaba por acalambrarse, dolía demasiado.
—Entonces, ¿harás nuevos castings?
El de lentes seguía su conversación con el hombre mayor.
—Sí, claro que sí, necesitamos nuevas modelos.
Esas dos palabras me hicieron perder el foco de concentración. Miré al otro sujeto y no logro saber quién es.
—¿Cuándo abrirán las convocatorias?
Presté más atención aún.
—El mes que viene, debe ser lo antes posible. La marca ha batallado un poco esta vez. No sé cuál sea el problema, las modelos, el camarógrafo, el equipo en general.
El hombre necesita una modelo, una marca necesita de una modelo, ¿adivinen qué? Yo soy modelo —pensé afirmando que sí era mi día de suerte.
—Suele pasar —responde el de lentes.
Seguía sirviendo la copa de vino sin mirar la maldita copa de vino, solo estaba mirando al hombre mayor que al parecer necesita algo que yo puedo ofrecerle.
—No hay conexión, Benjamín. Es como si nadie hubiese entendido la esencia de lo que queremos mostrar. No sé si la marca no ha sido clara.
—Carlos, sé perfectamente de lo que ha… ¡Carajo! —espetó de repente el tipo de lentes haciendo que viera lo que hacía.
Abrí mi boca en una forma de O por el asombro.
—Oh, lo siento, señor.
Levanté la botella que había rebosado aquella copa y di un paso atrás viendo el horrible desastre que había ocasionado.
—Perdón, lo siento, señor. Ya mismo voy por algo para…
—No puede ser.
El hombre se pone de pie y aquella copa en su mano chorrea por su brazo completo, pero no solo su brazo.
—Dios mío —miré con angustia su camisa blanca como destilaba por su pecho hasta el suelo, el vino tinto que había pedido.
—Esto, debe ser una broma.
Dejé la botella sobre la mesa y tomé una de las servilletas que estaban ahí, pero mis nervios, temor, mi vergüenza por el desastre que había ocasionado, me hicieron ser una tonta completa y empeoré las cosas.
—Déjeme ayudarle.
—No.
—Es solo un poco de vino, lo podemos arre…
Me acerqué y deslizó mi pie en aquel charco que ya yacía en el suelo pulido, haciendo que lo que tenía en su mano terminara de bañarlo, ahora no solo era su costosa camisa de color blanco, sino que también un bonito pantalón de color beige.
—¡Mierd*! —gritó este aventado la copa de vino al suelo y haciendo un estruendo más grande.
La mirada de todos los comensales recayó en nosotros.
—Lo lame…
—¿Lo lamento?
Me horroricé con aquel grito, con su mirada y con la presión de los comensales que nos veían.
Este “caballero” se quita sus lentes y veo como sus ojos penetraron por completo mi cabeza, sentí sus ojos perforando mi cráneo.
—¿Eres tonta acaso? —preguntó para empeorarlo aún más.
—Señor, lo lamento, no fue mi intención de…
—Esta niña tonta no sabe lo que hace —dice tomando su camisa con la punta de sus dedos y viendo como la mancha se esparce.
—Por Dios, pobre hombre —susurró alguien.
Aquel susurro de uno de los espectadores, despertó más comentarios entre ellos.
Aquellos clientes prestigiosos mostraron su empatía por el hombre enfadado, pero era obvio, es uno más de su clase.
—Puedo llevarlo a una tintorería, señor. Aquí cerca hay un lugar donde podrían…
—¿A una tintorería? Ya no sirve, lo has arruinado completamente. Por tu torpeza arruinaste una pieza valiosa. ¡Carajo!
—Que los jefes paguen los daños —dice alguien agrandando el problema.
—Puedo ir rápidamente a una tienda y comprar algo más, señor. Podemos resolverlo, lo lamento mucho, de verdad.
—Una simple camarera no tiene suficiente dinero para comprar esto que acabas de arruinar.
Sus palabras empezaban a ser duras, tanto que sentía como un nudo se hacía en mi pecho.
—Tengo una reunión importante en media hora, ¿Cómo cree que voy a presentarme así? ¡Mierd*! Por eso odio estos lugares, nunca se sabe con gente incompetente uno pueda encontrarse. Llame a su superior, necesito hablar con su jefe o con quien sea.
—No es necesario, podemos resolverlo.
—¡¿No escucha acaso?! Primero me tira una botella de vino encima y ahora niega a su jefe.
—No lo hago, señor, solo que…
—¡¿Tiene el coraje de responderme?!
—No lo hago, solo que…
—Que muchacha descarada —comenta alguien más.
Sin darme cuenta, había más espectadores alentando a este hombre.
Miraba asustada a todas esas personas, en menos de dos minutos se ha hecho todo un escándalo en un restaurante que suele ser tranquilo y discreto, todo un caos, todo es mi culpa.
—Señor, por favor. Trate de tranquilizarse.
—Primero comete un error y ahora soy yo quien debe calmarse. Parece que esta muchachita fue educada por simios.
Esa expresión removió fibras en mí, abrí mi boca, pero recordé a la casera, recordé a mis padres, recordé mi cuenta de banco en cero y preferí bajar de nuevo mi cabeza para no responderle.
—Fue un error, señor. Le pido disculpas de nuevo.
—Tus disculpas no alcanzan para reponer los daños.
Apreté mi delantal y me sentí jodidamente mal, bajo la mirada de todos, las palabras hirientes de este hombre, bajo la impotencia de no poder morder más mi lengua para decirle un par cosas. Podía controlarlo, puedo hacerlo, pero él me hace detonar.