Despedida.

POV Emily

Soy hija única, crecí bajo mucho amor y protección por parte de mis padres. Fui una niña muy tranquila, amorosa y respetuosa, pero con el tiempo aprendí a defenderme; mis padres me enseñaron que el respeto se gana con respeto y que siempre debo defenderme.

Ya empezaba a sentirme ofendida, estaba admitiendo mi culpa, pero ninguna solución era suficiente para esta persona. Entendía su enojo, pero sentía que estaba llegando a extremos.

Quizás en esta situación solo debí mantener detrás de una delgada línea, pero decidí cruzarla, y lo hice cuando más enojo tenía.

—Mis jefes aún no llegan, señor.

—¿Cómo pueden dejar a una incompetente a cargo? ¡Vaya estupidez!

—Cálmese, por favor.

—¡No vuelvas a decirme que me calme!

El hombre me apunta con su dedo tan cerca que casi sentí como rozó mi nariz.

—No necesita señalarme de esa manera —respondí apartando mi cara—. Necesito un poco más de respeto, por favor.

—¿Respeto? Lo dice una mujer que no sabe lo que esa palabra significa. Claro, pero que tanto puede saber una mujer a la que sus padres si acaso le dieron un par de años de escuela. Se nota que careces de educación. Espiar una conversación ajena, muestra lo poco educada y lo torpe que eres

Bajé mi mirada al sentir una lágrima desbordando mis ojos.

—No mencione a mis padres de nuevo —susurré muy bajito.

—¿Qué acabas de decir?

Solté el delantal que apretaba con fuerzas y levanté mi mirada, lo miré a los ojos con firmeza, ofendida y molesta por sus palabras.

En ese momento me olvidé de mis problemas, me olvidé de mis preocupaciones, y le dije:

—No mencione a mis padres con su sucia boca.

Los presentes se asombran y exclaman más palabras negativas hacia mí.

—Le aseguro que mis padres tienen más valores que usted. No mencione de nuevo a mis padres. De verdad que hay que ser demasiado superficial para agredir de semejante manera a una persona solo por una camisa manchada, solo por un accidente. ¿Cómo puede decirme tonta? ¿Cómo puede humillarme así? ¡¿Cómo?! —grité abriendo mis ojos.  

Ya le había respondido, ya había dado un paso a que esto se saliera de control.

Los espectadores podían matarme con sus miradas, esto me perjudicaría solo a mí, pero no lo reflexioné en ese instante.

—¿Accidente? Por Dios, lo diría si hubiera tropezado con algo, pero este no fue el caso. Su falta de profesionalismo ocasionó esto y no, no podemos llamarle “accidente”

—Lo fue, no lo hice intencional.

—Si no tienen personas capacitadas, para que tienen este lugar.

—¡Oiga! Llevo casi ocho meses trabajando aquí.

—No se nota, porque esto solo lo hace novato.

Cada que él hablaba, abría sus ojos como si pudiera tragarse el mundo con ellos.

—¿Novato? ¡Ja! Esto solo pasa cuando llegan clientes como usted.

—¿Cómo?

Este parece retarme, como si no fuera capaz de responder a eso.

—¡Imbéciles!

—Lo dice una tonta, inútil y torpe mesera. ¿No sabes quién soy?

—No y no me interesa.

Jamás dejé mi posición de lado.

—Benjamín, es mejor que nos vayamos —indica el señor que lo acompaña.

—No, ahora menos me iré —responde mientras me mira con enojo.

—¿Ocurre algo?

La señora Betancur aparece en la escena, me mira y luego mira lo demás y parece comprenderlo.

—Señora Betancur, lo que…

—¿Es usted la encargada?

—Sí, soy la dueña.

—Necesito que despida a esta mujer, mire lo que ha hecho. No ha dejado de refutarme cuando esto fue por su culpa.

Los comensales lo apoyaban, dándole más valor a su palabra.

Las mejillas de la señora Betancur se sonrojan, parece apenada.

—Lamento mucho esta situación. Por favor, que alguien traiga algo para secar esto. Una toalla para el caballero.

—No quiero una toalla, ¿cree que esto lo resuelve una toalla? Esto es una camisa de edición limitada, es de la última colección de Fito Fernández. La compré en París hace solo dos jodidas semanas.

Mi jefa me lanza una mirada de pocos amigos y solo puedo bajar mi cabeza.

—Lo vamos a recompensar, caballero.

—No quiero una recompensa. Esto lo llevaré directo a la basura, pero quiero que despida a esta irrespetuosa que tiene trabajando aquí.

—¿Cómo puede llamarme irrespetuosa cuando fue usted el que me llamó tonta? No ha dejado de gritarme e insultar a mis padres.

—Emily —dice mi jefa en tono serio para que guarde silencio—. Ve a la cocina, por favor.

Dominica toma mi mano y trata de llevarme a la cocina, pero sentía que era injusto.

—Solo debemos lavar su camisa, no es gran cosa, señora Betancur.

—Emily, basta, por favor.

La mujer pegó sus cejas, una con otra, una señal de que está realmente molesta.

Estuve en la cocina caminado de un lado para otro, el chef y sus auxiliares de cocina me miran.

—¿Puedes detenerte? Empieza a darme mareo.

—Es un idiota —respondí—. Desde que llegó tuvo esos comportamientos, él… ¡Ay! Me molestan los tipos como él. “Una camisa de Fito Fernández” Al carajo Fito y su colección ilimitada de camisas.

Me crucé de brazos y tuve que esperar hasta que mi jefa me llamara, para eso, pasaron unos treinta minutos.

—Emi, la jefa quiere verte —dice Dominica asomándose a la cocina—. Te espera en su oficina.

Asentí y fui hasta la oficina de mi jefa.

Sabía que me esperaba un regaño por parte de ella, pero no pensé que aquel suceso, me fuera a salir tan caro.

Toqué su puerta dos veces, de inmediato escuché su voz.

—Pasa, Emily.

Respiré profundo, abrí la puerta y vi detrás de su ordenador.

—Señora Betancur, lo que pasó fue que…

—Toma asiento, Emily.

Me senté frente a ella y la observé, sé que está enojada, no suele ser tan cortante.

—¿Recuerdas el día que te dimos el trabajo?

—Sí señora.

—Mi esposo y yo también lo recordamos, tan pronto te escuchamos, vimos tus ganas de aprender y ese querer de hacer bien las cosas, supimos que tendríamos a alguien por mucho tiempo. Fuimos muy claros desde el inicio, ¿verdad?

—Así es.

Aquel tono me empezaba a preocupar, esto sería más que un regaño.

—Emi, ser jefes no es tan fácil como ustedes creen, ser jefes tiene demasiadas responsabilidades; entre esas tomar buenas decisiones en pro de un bienestar y progreso de nuestro negocio. Esto que hoy pasado, es un error demasiado grave.

—Fue accidente, señora.

Quise recalcarlo antes de que tomara decisiones apresuradas.

—No, no lo fue. Sabemos que hoy has cometido un error, fue tu responsabilidad todo ese caos innecesario que se presenció allá afuera.

—Pero…

—No está mal reconocer cuando nos equivocamos, Emily.

La señora toma el monitor de su ordenador y lo gira hacia donde estoy.

—¿Qué es esto?

Pude verme a mí, a mí cometiendo un tonto y estúpido error.

—Bueno, yo…

—Tu distracción ocasionó todo, no estabas concentrada en lo que hacías.

—Solo me distraje, pero no… Lo lamento, no quería hacerlo. No pasará de nuevo.

—No, no pasará, porque he tomado la decisión de despedirte. Hoy has dejado que tu falta de carácter, mostrara una cara de este lugar que no tiene.

Me quedé congelada en aquel asiento, miré a la señora Betancur y sentía que en algún instante me diría “es una broma” pero no lo hacía.

—¿Me va a despedir?

—Ya lo hice, Emily.

—No, espere. No he sido la única que ha cometido errores en este restaurante.

—Sí, otros han cometido errores parecidos, pero son accidentes, cosas que se pueden justificar y que el mismo cliente hasta respalda. Pero no es tu caso. Tu manera de dirigirte a esta persona estuvo muy mal. Se los he dicho mil veces, el cliente tiene la razón. Aunque no la tenga, le damos la razón al cliente para no hacer un caos y terminar la fiesta en paz. Siempre deben ser amables, sonrientes. Nadie viene a un restaurante a verle malas caras o malos gestos a los meseros. Estuvo mal que le hayas refutado al cliente, Emily. Creo que hubiésemos hecho un acuerdo menos costoso, ¿sabes cuánto dinero tuve que darle a ese hombre?

—Lo pagaré, puede descontarlo de mi trabajo, pero no me despida.

Ella se acomoda en su lugar y suelta un suspiro.

—Sería demasiado egoísta si hago eso, trabajarías casi un año completo sin ser remunerada y sé que necesitas el dinero. Mejor, dejemos las cosas así.

—No, señora Betancur.

—Lo siento, Emily. Por favor, toma tus cosas y retírate. No cambiaré de parecer.

No tuve más que hacer, solo ponerme de pie y decirle:

—Gracias por todo, señora Betancur.

Ella baja su mirada y salí de su oficina.

Ese día volví sola a casa. Solo deseaba estar sola, llegar y encerrarme y llorar, quizás gritar y maldecir también.

Pero mi día no podía ponerse peor.

—Ya llegaste —la señora Marilyn esperaba afuera del edificio.

—Sí, voy llegando apenas.

—Decidí esperarte aquí, espero que no te enojes. Dijiste que pasara hoy por el dinero del alquiler y aquí estoy.

Asentí forzando una sonrisa y abrí mi morral para sacar lo poco que tenía.

—No está completo, señora Marilyn. Pero pronto le daré el resto.

Ella hace una mala cara y mira los billetes.

—Estos jóvenes de hoy en día son cada vez más irresponsables.

Ella enrolla los billetes y los lleva al interior de su vestido, creo que los guardó en su busto.

Volví con una energía muy diferente con la que salí de casa, estaba decaída y necesitaba sentirme mal, necesitaba llorar y quejarme un rato de la vida.

—Todo por esa horrible cucaracha. ¡Ay! No más de recordarlo me dan ganas de… ¡Maldito! —grité escuchando como los vecinos se quejaban por el ruido.

Durante esa noche no quise hablar con nadie, apagué mi móvil y me dejé ahogar por mis lágrimas.

Al otro día, desperté en el sillón de mi sala con el uniforme del restaurante. Tomé mi celular, lo encendí y vi mil mensajes, de mi madre, de mi amiga y de…

—¿Qué es esto?

Froté mis ojos y aclaré mi vista.

Un mensaje extraño llamó mi atención. No sabía que era exactamente, pero a medida que fui leyendo las líneas, mis ojos se fueron iluminando y mi rostro de sufrimiento se fue transformando.

—¡Lo logré! —grité dando saltos en mitad de la cocina.

De lo cientos de casting a los que me había inscrito, me había llegado la notificación que había pasado a uno de ellos.

—Es un milagro, ¡Es un milagro! —grité una vez más emocionada.

—¡Silencio! —gritaban de regreso los vecinos.

Cubrí mi boca leyendo una vez más, no lo podía creer. Estaba feliz, pero luego noté que al final decía que la siguiente fase del casting se llevaría a cabo en Londres. No tengo dinero para comprar un vuelo, menos para un hotel ¿Qué debería hacer?

No tenía idea, pero yo iría a Londres, me presentaré y voy a lograr un contrato.

Mis ánimos regresaron, mis buenas vibras se sentían, pero en ese instante no tenía ni la más mínima idea, de que en Londres me cruzaría de nuevo con esa fea y sucia cucaracha… por desgracia.

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