Una novia temporal
Una novia temporal
Por: Rebecca
La doble vida.

POV Emily

Sonreí y di un paso al frente al escuchar mi nombre, estaba muy segura de mí. En las fases anteriores del casting me fue muy bien, estaba confiada de que ese último cupo era mío, hasta que lo vi.

Él, Benjamín, “la cucaracha” estaba sentado en la mesa de jurados, con esa misma mirada llena de arrogancia. Sus ojos llegaron a los míos y el asombro fue mutuo.

—¿Tú? —susurré horrorizaba.

—Vaya —dice en tono serio—. Al parecer el destino nos ha cruzado de nuevo.

Mis esperanzas empezaron a caer de picada.

Una semana antes.

Tenía mis codos apoyados a la ventana de la cocina, miraba hacia afuera los autos que pasan de un lado al otro. Suspiré profundo y dejé que mi mente volara.

—Emily, clientes en la mesa cinco.

Estaba soñando despierta, así que mis sentidos estaban perdidos en mis pensamientos.

—¡Emily!

Reaccioné de un brinco y me volteé a ver a Dominica.

—¿Qué sucede? Casi me matas del susto.

Toqué mi pecho y sentí mi corazón acelerado.

—Clientes, mesa cinco ¡rápido!

Asentí y tomé mi delantal.

Debería estar caminando en una pasarela en este momento, pero no, estoy caminando a tomar la orden un nuevo cliente.

Sé que, si mis padres ven lo que ahora hago, estarían muy tristes y no los culpo, les he mentido todo este tiempo.

—Muy buenas tardes, bienvenidos a Maison Étoilée. Mi nombre es Emily y los atenderé este día. ¿Desean la carta o saben que van ordenar?

—Oh, gracias. La carta, por favor.

Era una pareja, una muy elegante pareja.

—Volveré en un momento.

Hace un año decidí mudarme a New York, completamente sola, no conocía muchas personas, con algunos temores, pero con la certeza de que aquí iba a lograr lo que tanto quería. En mi cabeza las cosas serían distintas; no es un misterio, me gusta soñar en grande, así que todo lo pintaba más emocionante, pero no todo ha salido como lo planeé, hubo algunos problemitas de logística, como suelo llamarle para no asustarme, o quizás algunos imprevistos, pequeños asuntos que al final, me hicieron parar aquí.

Maison Étoilée es un restaurante con dos estrellas Michelin, llevo ocho meses trabajando en este lugar y es lo más estable que he logrado encontrar.

—¿Ya saben que ordenar?

La bella dama me sonríe y asiente. El hombre de la mesa toma la palabra y dice:

—De entrada, una tarta de atún rojo con perlas de mango y reducción de soya y sésamo.

Tomaba nota sabiendo que solo la entrada cuesta lo que pago en el lugar donde vivo.

—¿Con que lo desean acompañar?

—Champagne brut —responde el hombre.

—Yo quiero vino blanco —menciona la chica con acento recatado.

El plato fuerte de la pareja fue un filete de res en salsa de trufas que es de los platillos más costosos de la casa. Lo he probado porque el chef suele alimentarme de vez en cuando, ¿y no entiendo? ¿por qué puede ser tan costoso? Es solo carne, puré de coliflor y espárragos.

Trabajar en este lugar es muy tranquilo, en ocho meses que llevo en este lugar no he tenido altercados con mis jefes o compañeros, menos con los clientes, todos han sido amables y muy generosos con las propinas.

Miraba desde lejos a la pareja y me preguntaba, ¿Cómo se puede tener ese estilo de vida? Pedir comida de una carta sin fijarse en los precios.

—No es tan guapo, no sé por qué no dejas de mirarlo —menciona Dominica.

—No lo miro a él, la miro a ella. ¿Ves ese vestido? Es una pieza del diseñador francés, Adrien Noel.

—¿Quién?

—Olvídalo.

He soñado con ser modelo, desde muy niña he tenido esa meta muy clara en mi cabeza. Tantas son mis aspiraciones que he defraudado a mis padres varias veces. Pues, hace unos años atrás fui a la universidad y luego decidí retirarme; mi padre casi se infarta, había invertido parte de sus ahorros en mis estudios, pero no quería ser una aburrida contadora, no nací para estar en una oficina, yo nací para estar en frente de los lentes de las cámaras.

El servicio termina y mis tobillos ya no podían más, estaba muy agotada. Mi lugar de trabajo es muy tranquilo, aunque hay día con muchos comensales, pero eso también es bueno, son más propinas.

—¿Te vas? —preguntó mi compañera.

—Sí.

—Vamos juntas, también voy saliendo.

Caminábamos un par de cuadras para tomar un autobús, el restaurante estaba en el centro de la ciudad mientras que el lugar en el que vivo rentada, está un poco más retirado, en una localidad no tan agraciada. En realidad, es un viejo edificio.

—¿No tienes más de eso que haces?

—¿Te refieres a las fotos?

Negué con mi cabeza.

—Espero pronto me llamen, hice casting para mil campañas.

He trabajado para un par de tiendas, me pagan por modelar sus prendas y hacer algunas fotos para sus páginas y redes, luego regreso a casa y espero a que tengan una nueva colección, pero no es algo estable, no es algo de lo que aún pueda vivir.

Aquí en New York no tengo contactos, por lo que no he tenido mucha suerte en las campañas de marcas importantes, pero no voy a rendirme, por ahora seguiré en el restaurante, haciendo fotos para pequeñas marcas y haciendo mil castings más.

—Es tu parada —dice Dominica señalando por la ventanilla.

El bus se detiene y me despido de ella, sin saber que sería la última vez que compartiríamos la misma ruta de regreso a casa.

Llegué al edificio y fui hacia las escaleras, hay elevadores, pero no funcionan. Con mi lengua colgada en el pecho por el cansancio, llegué al piso número cinco. Mientras buscaba entre mis bolsillos las llaves del departamento, escucho mi móvil.

—¿Hola?

—Mi hija, la niña más hermosa.

—Oh, mamá.

Abrí rápidamente la puerta y entré, no quería que mi vecino el ruidoso apareciera y me hiciera quedar mal ante mi madre.

—¿Cómo estás, mi niña? ¿Ya llegaste a tu casa?

—Sí, ya llegué. Justo ahora estoy dejando el abrigo en el perchero, encendiendo las luces y caminando hacia el balcón.

En realidad, no tengo un abrigo, sino una camisa de mangas largas que sueño dejar en el único sillón que tengo, no enciendo las luces para ahorrar energía y la vista de mi balcón es una mi*erda.

—¿Qué tal estuvo tu día?

—Muy bien, mamá. Estuve por fuera toda la mañana, estuve haciendo algunas pruebas de maquillaje para la… para la nueva marca con la que estoy trabajando.

—¿Cuál marca es?

—Bueno, es…

Miré una revista en la mesa de centro y mentí una vez más.

—MacPro Cosmetic.

—Vaya, se escucha muy profesional. Mi hija es la mejor de todas.

Solté una pequeña carcajada que fingí.

—¿Ya cenaste?

—Sí, ya cené.

Miré el recipiente con la comida que traje del restaurante.

—Oh, eso me hace feliz.

—Sí, mamá.

—Bien, hija. Solo llamé para saludarte, tu padre y yo queríamos saber cómo estabas.

—Estoy muy bien, no deben preocuparse por nada. Dile a papá que le enviaré dinero estos días.

—Gracias, mi niña.

La llamada termina y siento como la comisura de mis labios se cae lentamente.

No me siento bien mintiéndole a mis padres, todo lo contrario, mi corazón se destroza cada que ellos me dan un halago, pero no quiero decepcionarlos más.

Papá trabajaba para una constructora, pero empezó a tener problemas de salud y se vio obligado a retirarse, desde entonces, mamá y él trataron de hacer lo posible por darme un futuro prometedor, usaron sus ahorros, pero tomé decisiones y ahora enfrento las consecuencias.

Las dificultades económicas en casa no dejan de aparecer, pero trabajo todos los días para ayudarlos y se sientan respaldados y orgullosos de mí.

Me senté a comer lo que traje del restaurante, y cuando el tenedor con el pedazo de carne de res iba llegando a mis labios, alguien toca la puerta.

—Ay no —dije entre dientes viendo la sombra debajo de la puerta.

—Señorita, ¿está en casa?

Tapé mi boca y contuve mi respiración.

—He venido por la renta. ¡Señorita!

Mordía mis labios avergonzada, pero aún no tengo el dinero, lo que tengo debo enviarlo a casa.

Pensé en quedarme callada, pero la señora Marilyn no se iba.

Me levanté y arrastré mis pies a la puerta, la abrí y quise sonreír, pero la cara de la mujer indicaba molestia.

—Buenas noches.

—Hasta que abre la puerta. He venido todas estas noches.

—¿De verdad? No estuve aquí, bueno, sí estuve, pero he llegado muy tarde del trabajo.

—Vine por el dinero de la renta.

Hice una expresión de confusión.

—¿Ya? ¿Qué fecha es?

—Estamos a veinte y su mes acabó el quince.

—¡¿De verdad?! ¡oh, cielos! Que despistada soy, no me había dado cuenta que… han pasado cinco días, que vergüenza con usted. Deme un momento.

Me di la vuelta y mostré mi angustia, contuve más aire y volví a verla.

—Acabo de recordar que no he retirado nada de dinero.

—Recibo transferencias bancarias.

—Mi móvil no sirve.

—Puedo ir por un dat…

—No tengo aquí mis tarjetas bancarias, pero mañana prometo darle el dinero.

Sonreí a la casera y esta no sonríe, por lo que debo borrar mi sonrisa de mi cara.

—Mañana vendré, sino tienes el dinero, entonces te vas.

Asentí como si estuviera tranquila, pero en realidad por dentro estaba angustiada.

Cerré aquella puerta llena miedos, pero no iba a acostarme con angustias.

—Tranquila, vamos a estar bien —yo misma me daba ánimos—. Mañana será un buen día, habrá más comensales, te darán más propinas, hablaremos con los jefes y ellos te adelantarán algo de dinero. Antes te han ayudado, tranquila.

Me di yo misma golpecitos de espalda y me animé.

Esa noche estaba segura de que la mañana siguiente estaría todo bien, pero una vez más, mis planes no se ponían de acuerdo con el destino, la vida, con la suerte, con nada. Al parecer, la mentira de llevar una doble vida, estaba cayendo con su propio peso.

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