Sofía dejó la puerta abierta y salió corriendo. Fue directo al ascensor, para entonces las lágrimas escurrían como cascadas y sus labios temblaban de decepción.
—Esa mujer de pelo rubio debe ser tu esposa. Claro, que tonta fui al creer que te estabas divorciando de ella.
Habló en voz baja y rechinando los dientes mientras esperaba ansiosa a que la persona que estaba ocupando el ascensor lo desocupara pronto.
Se recostó sobre la pared, sus piernas temblaban y era necesario sostenerse para no caer.
Cerró los ojos, se sentían calientes por las lágrimas que por más que intentaba detenerlas era imposible.
No se dio cuenta cuando las personas que ocupaban el aparato llegaron.
—Cariño, ¿qué te pasa, mi amor?
Ella abrió los ojos y al ver al maldito frente a él le dio una bofetada sin pensarlo.
—¡Mujer, qué te sucede!
Se quejó Roldan sobándose la mejilla.
—¿Cómo te atreves a engañarme? ¿Pensaste que nunca lo descubriría?
Cuestionó.
El hombre que acompañaba a Roldan era su asistente. Es