Desde que conozco a Damián, nunca he sentido su fuerza física sobre mí. Pero que éste apretando así de fuerte mi mano en este auto, está comenzando a asustarme y dolerme. No lo culpaba porque sabía que los nervios lo tenían enloquecido en este auto. Estamos vía al fulano juicio del año, según lo han llamado muchos medios de comunicación. Mi mano no lo resiste más.
—Cariño, ¿podrías dejar de cortarme la circulación de la mano? — le comento. Ambos estamos en el asiento trasero con un chofer conduciendo.
Damián se da cuenta de lo que hace, me suelta de inmediato y se disculpa muchas veces. Le sonrío y toco su hombro.
—Todo saldrá bien, de acuerdo al plan. Tal cual hemos planeado — intento hablar con la sonrisa más honesta que me sale.
—No pareces muy confiada de ello. Te estás obligando a sonreír — señala con la verdad.
—Son ideas pesimistas tuyas — miento.
Él no me cree, aun así, llegamos al tribunal. Ambos respiramos con profundidad, dándonos ánimos mutuamente. Cuando salimos del auto,