Desde Augusta, Maddox y buena parte de su manada se trasladaron en helicópteros hasta San Stephen, una ciudad ubicada cerca de la frontera con Canadá.

El grupo lo conformaban unas quince personas, la mayoría, lobos, entre los que se encontraban Alana, Casey, Kyle y Cory. Solo había dos humanos presentes, Ryan y Owen.

Al llegar al muelle, enseguida cargaron el equipo que llevarían en las lanchas. Mientras realizaban ese trabajo, Alana se detuvo en el borde del muelle para observar el horizonte oscuro, donde el mar se unía con el cielo estrellado, justo en la dirección en que se encontraba la isla.

Maddox se acercó a ella por detrás y se detuvo muy cerca, con sus cuerpos tocándose y compartiendo calor. La cubrió con sus brazos obligándola a apoyarse en él, al tiempo que hundía su rostro en sus cabellos.

—¿Estás bien?

—Tengo un fuerte presentimiento —confesó la loba y acarició los brazos que la envolvían.

—¿Sobre qué?

—Algo nos espera en Sutton y no hablo del alcalde y sus secuaces, o de