Además de los dolores y las molestias, Deanna se sentía abrumada por algo más: las dudas y los miedos. Ella podía salir a escena en un teatro nuevo cada vez, en la capital europea que sea, mirar un punto fijo y cantar sin detenerse; pero esto era totalmente diferente. Esto, le daba terror.
Comenzó a entender la dimensión del embarazo cuando sus hijas se movieron por primera vez, cuando el obstetra le hacía oír ambos corazoncitos y le mostraba las imágenes de sus bebés en la pantalla. Dos pequeñas personitas crecían en su interior, que nacerían y estarían completamente indefensas, dependiendo de ella para vivir.
-Me da miedo – Le confesó una tarde a Leonard.
Él la miró perplejo.
- ¿Qué cosa te da miedo? –
- Todo esto – y se señaló la barriga – Siento que me sobrepasa –
- ¿De qué hablas? Si alguien puede hacerlo bien eres tú –
- No lo sé… Tengo pánico, Leonard –
Justamente él no podía darle muchos consejos sobre maternidad, mucho menos sobre criar hijos. Una sola persona podía despejarle