Pesadillas

Las palabras de Sech retumbaban en mi cabeza como un eco cruel y despiadado.

Si sigues poniendo las cosas difíciles, no solo tú morirás de hambre.

“Los guardias que estaban a cargo de custodiarte tampoco probarán alimento.”

“Las sirvientas que estaban encargadas de tu cuidado tampoco beberán agua.”

Miré a las jóvenes que estaban en la habitación conmigo. Todas se mantenían en silencio, pero sus expresiones reflejaban una mezcla de miedo y súplica.

Sabía que no tenían la culpa de nada.

Ellas tampoco eligieron estar aquí.

Mi orgullo me pedía que no cediera, que luchara hasta el final, pero…

—Eres un monstruo —le solté con la voz cargada de rabia e impotencia.

Sech arqueó una ceja, como si el insulto no le afectara en lo más mínimo.

—¿Eso crees?

—No te atreverías a hacer algo tan cruel con tu propia gente.

Él sonrió, pero no había calidez en su expresión. Solo frialdad y superioridad.

—¿Quieres retarme? —su voz era baja, peligrosa—. Está bien, Anastasia, pero te advierto que no deberías
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