III Fantasías vívidas

Piso de los topos. La mañana estaba nublada, había anunciada lluvia. Las ventanas falsas, que se habían inventado para prevenir la claustrofobia y el estrés, mostraban un día radiante. Siempre era de día en el piso de los todos.

—Aquí está la nómina de la nueva distribución de los empleados —dijo Anton, con el papel en alto.

—¿Esto es definitivo? —preguntó Lidia, la analista.

—Probablemente hasta que el hijo pródigo se aburra y vuelva a hacer lo que hacía antes de venir a revolver el gallinero. Dicen que se aburre rápido de todo. Les diré a qué equipo fueron asignados: Abarca, con Francesco, Castro...

Alessa cruzó los dedos, mientras repetía mentalmente el nombre de Francesco. Estaba en un rincón para evitar ser rozada entre la multitud. Se había puesto una blusa holgada y un brasier más grueso. Y llevaba dos pares de bragas de repuesto en su bolso, nunca salía sin ellas.

—Bien, los que están con Francesco, vayan al sexto piso, tendrán su reunión ahí.

—A mí no me nombraste —reclamó Alessa.

—Tú estás despedida ¡Jajajaja!

—No es gracioso.

—Sí, ya no funciona —dijo Anton tras mirarle el busto sin protuberancias—. Alégrate, ahora trabajaremos separados. Tú te vas al equipo del pródigo, séptimo piso.

Alessa cogió su bolso y salió al pasillo.

—Anímate, Ale. Algunos cambios son buenos —dijo Jean.

—¡Desafío laboral, yuju! —Siguió caminando con el mismo desánimo hasta las escaleras.

—¿No usarás el ascensor?

Ascensor, abrigo, chocolate, azul, dedo, boca, fuego en la entrepierna. Esa fue la sucesión de pensamientos que sacudieron la cabeza de Alessa.

—No... prefiero las escaleras. Es más saludable.

—Es el séptimo piso. Últimamente estás muy extraña.

Extraña era una palabra tan familiar para ella. Empezó a subir. Los síntomas del cansancio eran indistinguibles con los de la excitación sexual. Además, el ejercicio físico producía liberación de endorfinas, igual que el sex0. Igual que el chocolate.

Llegó jadeando al salón de reuniones. Había unas treinta personas dentro, eso contó a la rápida. Apenas y conocía a algunos programadores. Nadie se había sentado todavía, de seguro el nuevo jefe no estaba. Fue a la mesa del rincón y se sirvió un vaso con agua.

El embriagador perfume de su alucinación le llegó de pronto y se tensó. De reojo captó una silueta junto a ella.

El agua salió disparada de su boca.

Ahí estaba él, parado a su lado, tan cerca que podía tocarlo. Definitivamente estaba peor que nunca, alucinar rodeada de tantas personas la dejaría en evidencia. Eso le pasaba por no tomarse los ansiolíticos. Esperaba que el hombre no hiciera nada caliente, aunque sólo aparecerse ya lo fuera.

Se quedó quieta, pero alerta, con la vista fija al frente, esperando que desapareciera.

El hombre se preparó un café descafeinado y empezó a beberlo. Llevaba el abrigo negro. Ahora, con lo iluminada que estaba la habitación y sin alcohol o tanta calentura de por medio, se dedicó a analizarlo. Debía medir un metro ochenta, cabello castaño, piel clara. El largo abrigo tapaba demasiado, pero le pareció que tenía un buen trasero. Intentó ver el frente.

Se atrevió a tantearle un brazo. Estaba agradablemente duro para ser fruto de su mente enferma. Esperaba que le alcanzara la imaginación para que el resto de su cuerpo tuviera la misma consistencia.

—Disculpe, ¿qué hace? —dijo la alucinación.

—¿Ya no me tuteas? —le susurró Alessa—. Si voy al baño ahora, ¿me seguirás hasta ahí?

—¡Señoras, señores, señoritas y topos! Presten atención, por favor —dijo un hombre.

Debía ser el nuevo jefe. Todos se volvieron a verlo. Aprovechando la distracción y que estaban en el rincón, Alessa tanteó el trasero de la alucinación. El abrigo estorbaba, pero se sentía firme, apetitoso. El toque tuvo al instante ecos en su cuerpo y se removió, acalorada.

—En este nuevo rumbo que toma la empresa, tendremos la fortuna de ser guiados por un experto, lleno de ideas frescas y a la vanguardia, que nos llevará al siguiente nivel.

—Qué humilde —comentó Alessa, sin apartar su mano de ese caliente trasero imaginario que la estaba poniendo a mil.

—Tengo el agrado y el honor de presentarles a nuestro nuevo jefe, el señor Luka Bosch.

El trasero se apartó de la mano de Alessa. El hombre avanzó entre los presentes y fue a pararse junto al que hablaba.

Y ella no escuchó nada de lo que dijo porque los oídos le empezaron a zumbar. El tiempo se ralentizó, los sonidos se fueron silenciando y todo se vio como una película frente a sus ojos, que ya no distinguían entre ficción y realidad. Alessa había estado corriendo y se había dado contra un muro, así de aturdida estaba, así de impactada. Tuvo que salir a tomar aire.

Sentada en la escalera, llamó a Augusto. No le contestó. Estaba abrumada. Toda la ardiente excitación que había calentado su cuerpo se estaba convirtiendo en horror. Un sudor frío le recorría la espalda, las manos le temblaban. Los límites de lo real se desdibujaban y ya no los distinguía.

La reunión terminó, los empleados empezaron a salir. Su teléfono sonó.

—¿Dónde estás? Ve al octavo piso, el jefe quiere hablar contigo —dijo Jean.

¿Sería el antiguo, el nuevo o el imaginario?

Para su mala suerte era el imaginario, al que de imaginario ya no le quedaba mucho.

—Tome asiento, señorita Montoya —dijo desde su escritorio.

Luka Bosch decía su gafete. No podía ser cierto, no se parecía en nada a su hermano Francesco, que era un moreno de ojos pardos igual que el padre. Tal vez era adoptado.

Alessa desfalleció en la silla, clamando por un infarto fulminante.

—¿Me puede explicar lo que ocurrió en el salón? El acoso sexual es un delito.

¡Acoso sexual! Esas dos palabras la hicieron reaccionar de inmediato.

—En mi defensa debo decir que lo confundí con alguien más.

—¿Puedo saber con quién?

—Con... con alguien que conocí en un bar.

—¿Y le parece apropiado toquetear a alguien en el trabajo, rodeada de otras personas?

Alessa no supo qué decir, la palabra "toquetear" se oía tan bien saliendo de esa boca, acompañada de esos ojos. Quería seguir toqueteando...

De pronto, la claridad llegó a su turbada mente. No estaba alucinando, eran fantasías muy vívidas. Probablemente debió ver al nuevo jefe por algún pasillo, su mente guardó la espectacular imagen y el resto lo hizo la calentura. Qué agradable fue saber que estaba menos loca. El hombre no era su alucinación, sino su fuente de inspiración.

—Estuve revisando su ficha. Tiene antecedentes penales. ¿Qué fue lo que hizo?

Ella suspiró, ya podía darse por despedida, qué más daba satisfacer la curiosidad del hombre cuando ella había gozado manoseándole el trasero.

—Ofensas a la moral.

—Sea más específica, por favor.

—Me sorprendieron intimando en público.

Confesar su crimen ante el hombre cuyo avatar imaginario le había chupado el dedo le produjo una morbosa satisfacción. Rogaba para que le pidiera detalles.

—Esa es una falta leve, no es suficiente para quedar en su expediente.

—Fueron varias veces.

—Ahora voy entendiendo. Está acostumbrada a ser públicamente indecente.

Esas palabras incendiaban. Apretó las piernas. Esperaba no dejarle mojada la silla. Tendría que conseguir bragas más gruesas también.

—¿Está pensando en indecencias ahora? Sea sincera, por favor.

—¡Sí¡ —gritó, aferrándose la cabeza—. Lo lamento mucho... Lamento haberlo ofendido, yo respeto mi lugar de trabajo. Sé que no es una excusa, pero no he estado bien últimamente. Si supiera lo confundida que estoy en este momento... ¡Lloraría conmigo!

—No se haga la víctima. ¿Ha acosado a alguno de sus compañeros?

—¡Claro que no!

—¿Ha "intimado" con alguno en estas instalaciones?

Ese hombre quería ver el mundo arder, la iba a volver loca. Su fantasía realmente le hacía justicia, era igual de candente.

—No, ya le dije que respeto mi lugar de trabajo.

El hombre se apoyó el mentón en la mano. Con el índice derecho se palpó los labios. Era el mismo dedo con el que había tocado los de ella en la fantasía del ascensor. Alessa quiso chupárselo también y probar de una vez esos labios de nube. Se removió en la silla, clavándose los dedos en las piernas.

—Creo que me está mintiendo. Las mentirosas me desagradan mucho más que las acosadoras. A una mentirosa la puedo despedir.

—¡No he follado con nadie aquí en el trabajo! —gritó ella.

Aunque ahora deseaba hacerlo con todas sus fuerzas. Se iba a morir si no lo hacía.

—Pero... —desvió la vista— me he toqueteado con algunos compañeros en el baño.

Cuando estaba caliente se le soltaba la lengua y el brasier y las bragas, se le soltaba todo.

—¿Sólo eso?

—Con algunas compañeras también.

—Suficiente. Su escabrosa vida no es de mi incumbencia. Haré como que el episodio del salón jamás ocurrió y usted dejará sus cuestionables hábitos fuera de la empresa. ¿Entendido?

Ese autoritarismo...

—Sí, señor.

En cuanto la mujer salió, Luka accedió desde su computador al circuito de vigilancia de la empresa. La vio correr por los pasillos como una rata en un laberinto hasta meterse en un baño. Quería saber cuánto tiempo estaría allí, cuánto necesitaría para apagar la hoguera que él había encendido.

Qué ganas tuvo de estar allí con ella. Supuso que ya había llegado el momento de dar el siguiente paso.

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