Eve estaba despidiéndose de su hijo antes de entrar a la escuela, se agachó frente a él y le dio un beso en la mejilla tal como hacía todas las mañanas. A Mathew no le gustaba que invadieran su espacio personal, a la única persona que se lo permitía era a ella.
—Pórtate bien, ¿de acuerdo? —Su hijo solo asintió, sin decir una sola palabra y mirando en otra dirección.
Eve sabía que no lo hacía porque la estuviera ignorando, solo se le dificultaba sostener la mirada. En silencio, su hijo se dio la vuelta y entró a la escuela.
Eve lo miró marcharse y se abrazó a sí misma, cada día lo dejaba en la escuela muerta de preocupación y se quedaba atenta al teléfono por si Mathew tenía alguna crisis y le tocaba salir corriendo a buscarlo.
La escuela era pequeña, tenían muy pocos profesores y no estaban acostumbrados a tratar con niños con autismo.
—Eve, ¿quieres que te acerque a la cafetería? —Lucas interrumpió sus pensamientos.
Ella lo miró con agradecimiento, pero subirse al coche con el marido