Eve se levantó sudorosa y con los recuerdos del sueño todavía palpitando en su mente.
Se encontraba temblorosa y asustada, las lágrimas le corrían por las mejillas y sabía, por el dolor de garganta, que había gritado en sueños.
Se sentó en la cama y se abrazó a sus piernas. Daba gracias a que su pequeño no estaba en la casa y no había escuchado sus gritos. Eve lloró durante más de media hora, pero le tocó reponerse, levantarse y comenzar a vestirse con rapidez.
No tardó mucho en su arreglo diario, su atuendo consistía en el uniforme del trabajo que le llegaba por debajo de las rodillas y la hacía parecer una tabla sin formas, una rebeca verde, un estirado moño recogido en la nunca y un par de ojeras que parecían haber llegado para quedarse.
Tras lo ocurrido la noche anterior, no se molestó en intentar parecer más fea, Rob ya sabía que era la mujer que había huido y no tenía sentido ocultarse. Se encontraba muy nerviosa cuando caminó un par de metros para ir a la casa de Adeline y reco