Darrel sintió cómo la furia ascendía como un torrente incontrolable al mirar las caras de los empleados.
Algunos lo observaban con duda, otros con una burla apenas disimulada, y unos pocos con curiosidad malsana. Pero lo peor eran las preguntas silenciosas, esas que susurraban detrás de las miradas inquisitivas.
No pudo contenerse más.
—¡¿Acaso no se les paga por trabajar?! —rugió con una voz que retumbó por toda la planta.
Las personas retrocedieron, murmurando disculpas antes de volver a sus puestos. Solo Salvador se atrevió a acercarse, su rostro tranquilo a pesar del caos.
—Ya he llamado a la empresa de publicidad, señor. Les hemos amenazado con una demanda por injurias y están retirando esa porquería en este momento. —Su tono era firme, pero sus ojos denotaban preocupación.
Darrel soltó un suspiro pesado, tratando de calmar el hervidero de emociones que se agolpaban en su pecho.
—Gracias, Salvador. Aunque quisiera negarlo, Mora y yo tenemos enemigos. Personas que harían cualquier