Marella miró a Glinda y Yolanda con desprecio, pero sabía que ya había tenido suficiente de ellas. Todo lo que quería era marcharse. Estaba a punto de irse cuando la voz chillona de Glinda la detuvo.
—¡Marella, has robado mi anillo de compromiso! ¡Devuélvemelo!
Marella se giró, furiosa, sus ojos ardiendo de indignación.
—¡Vete al diablo! No te he robado nada.
Yolanda, rápida como un rayo, le arrebató el bolso a Marella antes de que pudiera reaccionar. Abrió el cierre y, para sorpresa de nadie, allí estaba la sortija.
—¡Ladrona! —exclamó Yolanda con un desprecio profundo—. Claro, como ahora tu padre es un delincuente, tú también te has convertido en una ladrona.
El rostro de Marella se encendió de vergüenza e ira.
—¡Eso no es cierto! —gritó, temblando de rabia—. ¡No robé nada! ¡Glinda, tú lo pusiste en mi bolso!
Glinda sonrió, fingiendo indignación.
—¿Yo? —preguntó con un tono cargado de sarcasmo—. Eres patética, Marella. Solo acepta que me robaste.
No pasó mucho tiempo antes de que los