15. No me llames señor Kostas

Los faros del auto iluminaban la oscuridad de la noche mientras avanzábamos por las calles de la ciudad. Podía sentir la intensidad de la mirada de Alexandro sobre mí, como si sus ojos fueran imanes que se aferraban a cada gesto, a cada movimiento. Me sentía incómoda bajo esa atención persistente.

—¿Pasa algo, señor Kostas? —pregunté, intentando ocultar la incomodidad en mi voz.

Él suspiró, como si estuviera luchando con sus propios pensamientos, y finalmente respondió: —Solo me recordaste a alguien. Y por favor no me digas señor Kostas o nadie va a creer que somos pareja.

La mención de esa "alguien" hizo que mi corazón diera un vuelco. ¿Sería posible que me hubiera reconocido como Amapola? Descarté rápidamente la idea, diciéndome que si ese fuera el caso, ya habría estallado en un ataque de ira. Opté por guardar silencio, desviando la mirada hacia la oscuridad que se extendía más allá de la ventana.

La imponente estructura del hotel se alzó ante nosotros, con un desfile de cámaras y
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