—Rubí, tus problemas personales no están bajo mi control —dijo la maestra, con tono cortante—. Pero debes resolverlo tú misma. El director ha sido claro: si estos rumores siguen circulando antes de que inicien las clases, no se te permitirá regresar. Serás expulsada.
Y sin darle oportunidad de responder, la llamada se cortó. La maestra había colgado abruptamente, dejándola con el tono de ocupado resonando en su oído.
Rubí, irritada y frustrada, bajó el teléfono con brusquedad. Respiró hondo para calmarse, pero era inútil. Su enojo no hacía más que crecer.
Al mirar el reloj, se dio cuenta de que ya casi era la hora del almuerzo. Aunque seguía molesta y confundida, tenía que preparar la comida de Dylan. Él no tenía culpa de nada. Fuera lo que fuera que ocurrió en el pasado, Dylan era solo un niño inocente, quizá el más afectado por todo.
Y aún así... Rubí no podía evitar inclinarse a creer en Marcus. Por mucho que él pudiera parecer frío o distante, no lograba imaginarlo capaz de matar