Las palabras del niño dejaron a Tobías y a Sabrina en silencio.
Rubí nunca había crecido con ellos; se habían perdido toda su infancia. ¿Cómo podrían saber algo tan simple y cotidiano?
Tobías miró al niño, que lo observaba con expectación, y durante unos segundos no supo qué responder. Finalmente, sonrió con ternura y dijo:
—Tu mamá tiene razón. Los niños no deben comer tantos dulces. Si lo haces, tus dientes se pondrán negros… y el chocolate podría impedirte crecer alto.
Dylan frunció el ceño.
—¿De verdad?
Rubí lo llamó desde la mesa, con una sonrisa divertida:
—Por supuesto que es verdad, pequeño bribón. ¿Te estás quejando con tu abuelo? Ven aquí, travieso.
Dylan, ofendido, buscó apoyo en Marcus con la mirada.
Marcus negó con la cabeza, divertido.
—No hay nada que hacer —dijo encogiéndose de hombros—. En esta familia todos obedecemos a mamá.
El niño lo miró, frustrado.
—El abuelo seguro que me cree —replicó convencido.
Su comentario provocó una risa general.
Incluso Tobías y Sabrina