—¿Tienes hambre? Tu papá dijo que debes tomar tu medicina. Después de eso, puedo prepararte un poco de pasta, ¿te parece bien? —preguntó Rubí con dulzura.
Aunque no era una experta en la cocina, tanto Marcus como Dylan solían comer con gusto todo lo que ella preparaba. Incluso parecían disfrutarlo. Dylan asintió suavemente y, sin decir una palabra, rodeó el cuello de Rubí con sus pequeños brazos y apoyó la barbilla en su hombro. Su gesto fue tierno y confiado, como si fuera lo más natural del mundo.
Salvo Marcus, todos los presentes sintieron como si acabaran de recibir una bofetada invisible.
Rubí, ajena a las miradas sorprendidas —y algunas incómodas— que se cruzaban a su alrededor, llevó a Dylan al comedor. Le dio su medicina con medio vaso de agua, tal como Marcus había indicado. Para su sorpresa, el niño la tomó sin hacer ningún gesto de rechazo, y hasta dejó escapar una pequeña sonrisa. Verlo así disipó cualquier duda que pudiera haber tenido.
Regresó entonces a la cocina, decid