Solo entonces Rubí pudo suspirar aliviada. Esperó a que Dylan entrara en el jardín antes de dirigirse al hotel donde, según la dirección que le había dado Gavin, Sherry se hospedaba temporalmente.
El hotel no era lujoso; Sherry había preferido un cuatro estrellas modesto para no llamar la atención. Rubí subió en el ascensor y fue hasta la habitación indicada. Cuando Sherry confirmó que era ella, abrió la puerta. Al entrar, Rubí notó al instante que la piel de Sherry estaba muy deteriorada: ojeras marcadas y aspecto de quien no ha dormido en toda la noche. Rubí se arrepintió de no haber ido antes.
—Sra. Thompson, ¿qué está pasando? —preguntó Rubí sin rodeos—. Cuénteme todo, detalle por detalle.
Gavin le había dicho la noche anterior que, al encontrar a Sherry, ésta estaba sola en una isla y en un estado deplorable. No habían ido en su auxilio de inmediato y su palidez reflejaba el miedo. Sherry asintió lentamente; la calma en los ojos de Rubí pareció transmitirle algo de aliento. Tras